—Puedes tenerme —dijo la mujer, atreviéndose a alzar la mano y a acariciar aquel rostro masculino que parecía tan perdido en sus propios males.
Él negó con la cabeza.
—Es tarde.
—No, no lo es.
—Voy a casarme —agregó entonces y el silencio se cernió sobre ellos como un peso demasiado grande.
—No —susurró Jade, demasiado consciente de lo que esas palabras significaban. Iba a perderlo para siempre—. No puedes casarte —ordenó tajantemente, como si estuviera en la obligación absoluta de obedecerle. Cosa que no era así.
—Charlotte no se merece que le haga esto.
—¡Charlotte, no importa! —gritó fuera de sí—. ¡Déjala! ¡Quiero que la dejes!
—No, no voy a dejarla —agregó con aspereza, negándose a seguir todos sus caprichos, como posiblemente lo hubiera hecho en el pasado.
Y entonces Jade dio un paso atrás, mirándolo con la boca ligeramente abierta y con los ojos reflejando total incredulidad.
—Tú… la quieres —murmuró con dolor. No era una pregunta. Era una afirmación, pero aun así él se lo confi