—¡No! —gritó la mujer, negándose a seguir el camino inteligente. Negándose a seguir lo que cualquiera elegiría en su caso.
—Jade… —murmuró Adriel, mostrando su desacuerdo con el ligero gesto de la cabeza.
—Elígeme a mí. Déjala a ella —exigió con aspereza.
—No estamos hablando de Charlotte —agregó él con frustración, dándose cuenta de que sus palabras acababan de ser lanzadas en saco roto.
—Sí, sí que estamos hablando de ella. Porque si no existiera, ¡entonces no me estarías rechazando de esta manera!
—¡No te estoy rechazando! ¡Te estoy diciendo que no te merezco!
—¡Entonces haz algo para merecerme! ¡Gánate, mi perdón! ¡Esfuérzate!
—¡No quiero seguir siendo tu perro faldero! —gritó con molestia.
Jade abrió muy grande los ojos, sorprendida por la rotundidad de esa afirmación.
¿Era su perro?
¿Por qué se consideraba como tal?
Sí, quizás, siempre había estado allí, detrás de ella, en un lugar invisible, al que nunca prestó la debida atención; pero ahora que sabía lo que sentía por él,