—Mamá, hablé con Adriel. Le dije la verdad.
Inmediatamente, los ojos de Natalia destilaron sorpresa y consternación.
—¿La verdad? —repitió, como si necesitara decirlo en voz alta para poder asimilarlo—. ¿Le dijiste que es el padre de los niños?
—Sí.
—Pero, Jade…
—Es lo mejor, mamá.
—¿Estás segura de qué es lo mejor? —preguntó, mostrándose insatisfecha con su decisión.
—Ya no hay marcha atrás —y esa era la realidad.
Natalia suspiró y apartó la mirada de su hija, sintiéndose repentinamente resignada. Ya nada se podía hacer.
—Solo espero que sepas a lo que te enfrentas —murmuró, sin más, como si presagiara un futuro oscuro para todos.
Y la verdad fue que aquella noche, Jade no pudo dormir, sintiéndose demasiado inquieta como para hacerlo.
Recordó entonces el breve encuentro que había tenido con Adriel, la mirada de decepción que le había dedicado y, más importante aún, su indiferencia. No se suponía que esa debería de haber sido su reacción. Lo esperaba más… sumiso, entre