Jade se sorprendió de la manera en la que aquello se había vuelto algo rutinario.
Lo cierto era que, durante esos últimos tres meses, cada mañana recibía un paquete nuevo.
A veces eran pequeños, envueltos con papel de seda en tonos suaves, y, en otras oportunidades, eran cajas más grandes, con contenido que variaba entre juguetes cuidadosamente seleccionados a ropa de tejidos finos o accesorios pensados para facilitarle la vida como madre de tres niños.
Adriel nunca llegaba con las manos vacías.
No hablaba más de lo necesario cuando le entregaba los obsequios, pero tampoco evadía su mirada. Un asentimiento, un breve intercambio de palabras y eso era todo.
Sabía que la intención detrás de cada regalo no era solamente cubrir las necesidades de los bebés, sino también demostrar que estaba presente, que, aunque había llegado un poco tarde a la vida de sus hijos, intentaba compensarlo de alguna manera.
Aunque, a su parecer, esto no era del todo necesario.
Era increíble la manera en l