El pestilente hedor a alcohol barato y sudor rancio le llegó directo a su olfato en cuanto abrió la puerta de entrada de su humilde morada.
La joven hizo una mueca de desagrado al tiempo en que se agachaba y se disponía a recogerlo todo. Era increíble la cantidad de botellas vacías que había en el suelo.
Pero no solo eso...
También había ropas de dos personas.
Un hombre y una mujer.
Acompañado de sonidos obscenos que provenían de la habitación de su madre.
Al parecer, a la mujer mayor no le importaba que estaba camino a convertirse en una alcohólica y una degenerada.
Aunque, quizá, siempre lo fue.
La joven, al terminar con su labor, un suspiro de cansancio escapó de sus labios. No era la primera vez, y sabía que tampoco sería la última.
Con un dolor punzante en su corazón, se retiró a su pequeña habitación, cerrando la puerta como si con ello pudiera evitar que los sonidos de placer y desenfreno dejaran de atormentarla.
Pero fue en vano.
Su vida era esto.
Un constante caos.