Jade observó con pesar la maleta que se encontraba abierta sobre la cama.
Con lágrimas en los ojos, sacó el primer vestido de su armario y luego otro y otro.
Toda su ropa era doblada y depositada con cuidado en la maleta.
Aquella era una labor mecánica.
Alisar, doblar, acomodar.
Todo lo hacía minuciosamente.
Pero la realidad era que su mente no estaba en dicha tarea, su mente estaba en otro lugar, en lo que significaba hacer todo aquello.
Aquel era el final.
Tendría que irse.
Desaparecer para siempre.
Y así, pasar su embarazo en absoluta soledad. Aparentando que estos niños que venían en camino eran de otro hombre y no del esposo del que acababa de separarse.
Todo esto lo hacía para proteger el pequeño secreto que crecía en su vientre.
Sus hijos no se merecían a un padre como Adriel.
—¿Estás segura de esto? —preguntó su madre, apareciendo de la nada en el umbral de su habitación. Sus ojos estaban llenos de preocupación y resignación. Ya no parecía dispuesta a insistirle en q