Jade se hallaba de pie en el recibidor de la mansión Meier, un lugar que había visitado innumerablemente a lo largo de su niñez. Se trataba de una casa bonita y elegante, la cual cargaba misterios y un amor que se había fraguado a fuego lento en una de las habitaciones de la misma. Porque sí, así era como el amor de Adriel había crecido con el pasar de los años sin que ella pudiera darse cuenta.
La chica no pudo evitar negar con la cabeza ante el pensamiento. No había acudido a ese lugar para pensar en su esposo ni en su amor oculto durante tanto tiempo; había acudido a esa casa porque quería ver a su cuñada, Gala.
—¿Se encuentra la señorita Gala? —preguntó amablemente al mayordomo.
—Señora Meier —saludo el hombre con una inclinación de cabeza, la cual estaba llena de respeto. El respeto propio que debería recibir una mujer en su posición, puesto que, era la esposa del heredero de dicha familia—, me temo que la señorita Gala se encuentra indispuesta en este momento, pero le notifica