Al inicio su vida sexual había sido un completo calvario.
Acababa de perder la virginidad, pero Darío la trataba como si fuera toda una experta en la cama.
Nunca le daba tiempo de acostumbrarse a la invasión repentina.
La penetraba de golpe y se movía igual de rápido.
Su intención era buscar su propio disfrute, no le importaba el de ella.
Pero, de cierta forma, se sentía aliviada de que ahora al menos la buscara, aunque fuera únicamente para tener sexo.
Un día, cansada de vivir bajo el yugo de los padres de su marido, le pidió que compraran su propia casa y se mudaran juntos. Los dos solos.
Su esposo accedió.
Se sintió muy feliz eligiendo el lugar donde tendría su propia familia y donde ese matrimonio quizás viese la luz de una vez por todas.
Al poco tiempo quedó embarazada.
Su vida matrimonial parecía mejorar.
O bueno, al menos su marido se había alegrado ante la noticia de su embarazo.
Y eso la hizo sentir muy feliz.
Hasta que descubrió que tenía una amante.