Después de que se llevaran a Viviana, la mansión de los Morales permaneció en silencio.
Carlos se sentó junto al cuerpo de Mariana. Su teléfono sonaba sin parar, gente del consejo directivo, socios comerciales, reporteros, todos preguntando qué había pasado. Pero no contestó ninguna llamada.
—Señor —Carmen le recordó—, ya llegó la gente de la funeraria.
Carlos levantó la cabeza. —¡No! ¡No se la lleven!
Pero sabía que era imposible. Ella ya se había ido. Se había ido para siempre.
Abajo, los padres de Mariana seguían revisando toda la evidencia. Cada documento, cada grabación era como un cuchillo que les cortaba el corazón.
—Esta fecha... —La madre señaló un documento médico, con voz temblorosa—. Es Navidad del año pasado, Mariana ya había sido diagnosticada con cáncer.
—Pero no dijo nada —la voz del padre se encogió.
Carmen se acercó. —Porque ese día Viviana tuvo una emergencia médica, ustedes estaban en el hospital acompañándola. La señora no quería causarles más problemas.
La madre s