Manu
Yo también lo sabía. Y aunque lo había sabido siempre, había decidido imaginar que nuestro final podía haber sido otro. ¿Cómo no hacerlo, si Nino me veía pintar y me abrazaba, si constantemente bromeaba cuando revisaba una y otra y otra vez las puertas y ventanas, si reía cuando la despedía con muchos besos, si cerraba sus ojos cuando la besaba y su cara cada vez que le decía lo hermosa que era? Le encantaba mi manera meticulosa de ordenar los cubiertos por tamaño, la forma en que alineaba los frascos del baño según el color de sus etiquetas. Solía decir que mis listas eran mejores que cualquier aplicación de productividad, que mis rituales eran dulces, que mis manías la hacían sentir cuidada. Pero con el tiempo, lo que antes era motivo de ternura empezó a cansarla. Ya no reía cuando me veía contar los pasos del pasillo, ni acariciaba mi espalda mientras verificaba las ventanas. Comenzó a suspirar, a girar los ojos, a preguntarme con fastidio si de verdad pensaba revisar eso por