Las pestañas de Estrella temblaron ligeramente. Pensando en esa fragancia fresca y amaderada que había olido cuando el paciente entró anoche, en su corazón creció la sospecha.
Levantó la mirada hacia la enfermera que estaba arreglando la cama y preguntó con fingida casualidad:
—¿Ese paciente ya cambió de habitación?
—Ah, sí, muy temprano esta mañana ya cambió de habitación —asintió la enfermera.
—Anoche cuando me dio fiebre alta, seguramente también la molesté y no la dejé descansar. Me siento bastante apenada. ¿A qué habitación se cambió?
La enfermera tenía una mirada algo culpable. Esta mañana el doctor ya les había advertido que absolutamente no podían revelar que quien se había quedado anoche era el señor Quiroz.
—Señorita Zelaya, eso no lo sé muy bien. No fui yo quien le cambió la habitación. No dormir bien en el hospital es normal, después de todo no es tan silencioso como en casa, así que la señorita Zelaya no debe sentirse culpable.
Estrella observó cuidadosamente la expresión