Mis ojos se entreabrieron y observaron el blanco puro de las paredes de la enfermería.

El reloj en la pared avanzaba sin piedad.

Cinco horas, eso era todo lo que me quedaba, y allí, a mi lado, estaba Alice, mi antigua mejor amiga, quien en ese momento estaba agarrando mi mano como si fuera lo único que me sujetara al mundo. Sus sollozos salían en jadeos irregulares y las lágrimas corrían por su rostro.

De repente, capté la ironía del momento, pues hacía años, ella me había rogado que no me uniera con Luke.

—Él te destruirá —Me advirtió, pero yo estaba ciega y la corté por atreverse a cuestionar mi elección.

¿Y actualmente?

En la actualidad, mientras la muerte se acercaba, ella era la única que quedaba a mi lado.

—Emma...

La voz de Alice se quebró.

—¿Qué te hicieron?

Sus dedos temblaban contra mi muñeca.

—Dicen... que los órganos de tu loba están fallando. ¿Cómo pudo Luke dejar que esto pasara?

Yo intenté hablar, pero mi respiración era un débil jadeo.

—Alice... —logré decir —. Cuando me vaya... solo... asegúrate de que tenga un lugar tranquilo para descansar.

Después de decir eso, mi fuerza se agotó y me desplomé hacia atrás, con el pecho agitado.

En silencio, Alice alcanzó mi bolso y sacó los documentos. No necesitó preguntar nada, ya lo sabía.

Solo quedaba una hora.

El mundo se difuminaba ante mis ojos.

Luego, mi teléfono se encendió en la mano de Alice. Eran tres mensajes de Fiona:

“Felicidades, Emma. Oficialmente, ya has perdido todo ante mí. ¿Valió la pena?”

“¿De verdad pensaste que te elegirían a ti? Nunca fuiste de la familia. Solo eras un estorbo.”

“Desaparece ya. El mundo no echará de menos a una fracasada como tú.”

El agarre de Alice a mi mano se hizo más fuerte y por primera vez en años, no me sentí sola.

Luego, cerré los ojos y la cara de Fiona revoloteó en mi mente, ese había sido mi mayor error.

El recuerdo ardía como veneno: hacía años, en aquella noche lluviosa, cuando la encontré, era una huérfana hambrienta, temblando junto a los botes de basura.

Mi necia bondad me hizo llevarla a casa. Le rogué a mis padres que la alimentaran y le pedí a Kane que le comprara ropa nueva.

¿Y de qué me sirvió?

En cuestión de semanas, ella se había robado mi habitación, mi familia y mi vida.

Mis padres la mimaban mientras a mí me criticaban.

Kane recordaba su cumpleaños pero olvidaba el mío, aunque solo tuvieran un día de diferencia.

Mis pertenencias se convirtieron en suyas.

Mi amor, fue su trofeo.

El susurro de Fiona todavía me atormentaba:

“¿Por qué tú deberías tenerlo todo cuando yo no tenía nada?”

“Me lo llevaré todo, tu familia, tu riqueza y tu futuro. Nunca volveré a ser esa renegada hambrienta.”

Yo había creído, ingenuamente, que algún día mi familia se daría cuenta de sus mentiras y notarían que yo era la que realmente los amaba, pero estaba equivocada.

Cada vez que yo decía la verdad, me acusaban de envidiosa, mezquina y cruel.

Luke y Jim, mi propio compañero y mi hijo, también la eligieron, por tanto, lo acepté. Yo era la que estaba de más.

Quedaban diez minutos y mi visión se oscureció, mientras que mi respiración se acortó.

Luego, el teléfono sonó.

Alice atendió la llamada, pero la voz de mi madre se escuchó antes de que yo pudiera decir algo:

—Emma, cuando estés de regreso a casa, compra un pastel de mango. Mañana le darán de alta a Fiona.

La voz de Kane, fría y desdeñosa, siguió:

—He vaciado tu habitación. Tú estuviste de acuerdo en dársela a Fiona. No olvides recoger tus cosas.

Luego, colgaron la llamada, sin darme la oportunidad de replicar.

Incluso en ese momento, en mi lecho de muerte, solo les importaba ella.

Alice lloraba a mi lado y sus palabras se perdían en el vacío.

Luego, mi loba sonrió, su voz era suave y reconfortante cuando dijo: —Ahora vamos a casa, a donde no hay más dolor.

Y a las 8:00 p.m., Emma dio su último suspiro.

Tenía 27 años.