Luke, desde que se enteró de mi muerte, se había sumido en la bebida.
Jim, también, estaba abrumado por el dolor cuando su padre le dio la noticia. No sabía cómo consolar a Luke, quien estaba consumido por el arrepentimiento y la tristeza. En medio de su embriaguez, la rabia se apoderó de Luke, y este se dio la tarea de golpear y romper todo lo que tenía a su alcance.
Jim también se consumía por la culpa, atormentado por las duras palabras que me había dicho antes de que yo me desmayara. Las lágrimas se acumularon en sus ojos cuando se dio cuenta de la cruel realidad: nunca me volvería a ver.
Luego, el teléfono sonó, rompiendo el silencio.
Luke lo ignoró, agarrando la botella con más fuerza. Nada podía alejarlo del alcohol, pues esa era su única escapatoria de un mundo donde ya yo no estaba.
Al décimo tono, su paciencia se desmoronó, pero antes de que pudiera decir nada, una voz fría cortó el silencio:
—¿Es Luke, el compañero de Emma?
Al oír mi nombre, se sobresaltó y se puso sobrio de