Los documentos cayeron al suelo con un estruendo y cuando mi padre los arrojó, todo su cuerpo temblaba de un furor apenas contenido.
Sus ojos se llenaron de venas enrojecidas, mientras sus pupilas estaban dilatadas por una terrible mezcla de desolación y deseo de venganza.
Fiona, esa serpiente venenosa, había explotado metódicamente su ingenuo sentimiento de compasión en sus años más vulnerables.
Paso a paso y calculadamente, había destrozado el mundo entero de su hija mientras él, un tonto ciego, había facilitado esa destrucción.
La revelación llegó como un impacto repentino: él mismo había introducido a esa malvada impostora en sus vidas, permitiéndole desalojar sistemáticamente a su propia hija.
Y cuando Emma dio su último y agonizante suspiro... había sido demasiado tarde.
Era demasiado tarde para pedir disculpas, para abrazarla o para salvarla.
—¡Maldita seas! —El grito angustiado salió de lo más profundo de su alma cuando sus rodillas se doblaron.
Sus dedos se clavaron en su cabe