La habitación estaba apenas iluminada por velas y el aire cargado de un perfume exótico que Samantha había escogido deliberadamente. Cada detalle, desde la seda que cubría la cama hasta las copas de cristal en la mesa, era parte de un escenario que había preparado con precisión quirúrgica.
—Confía en mí —susurró ella, mientras con un pañuelo de seda le vendaba los ojos a Javier.
Él respiró hondo, conteniendo un estremecimiento. La oscuridad lo volvió vulnerable, pero también intensificó el resto de sus sentidos. El roce de los dedos femeninos sobre su piel, el sonido de sus pasos descalzos sobre la alfombra, el calor del aliento de ella tan cerca de su oído. Lo hacían sentir vulnerable, pero a la vez, excitado.
Samantha sonrió con una mezcla de malicia y sensualidad. Había aprendido esos secretos lejos de allí, en un viaje donde mujeres con miradas y sonrisas discretas le habían mostrado cómo un cuerpo podía convertirse en instrumento de poder. Y ahora, ella sería la dueña absoluta de