Me levanté como un loco.
No podía soportarlo.
El dolor y la rabia me carcomían por dentro como un ácido, quemándome el alma, destrozándome el corazón. Sentía que el pecho me iba a estallar. No podía respirar. No podía pensar. Solo una idea me atravesaba la cabeza con una fuerza brutal:
Tenía que verla. Tenía que despedirme de ella. Tenía que pedirle perdón.
—¿Dónde está su tumba? —dije, con la voz rota, mirándola directo—. Por favor… dime dónde está. Necesito verla… necesito hablar con ella, necesito… pedirle perdón.
Pero Olimpia negó.
Negó con la cabeza mientras me miraba con esos ojos llenos de rabia, de desprecio… como si yo fuera el monstruo que todos dicen que soy.
—Jamás lo haré, Credence —escupió con veneno—. No mereces saber dónde está Nika. Vas a vivir con eso hasta el último día de tu miserable vida… deseando encontrarla, pero sin poder hacerlo. Vas a arrastrarte en tu infierno… y te lo mereces.
Algo estalló dentro de mí.
Vi rojo.
Todo se volvió una niebla densa de rabia y d