Credence apartó la mirada en cuanto me vio. Fingió no conocerme. Fingió que yo no existía. Como si jamás hubiera sido parte de su vida.
Lo vi caminar con Helena entre los brazos, con esa delicadeza que alguna vez soñé que tuviera conmigo. Entraron a una sala cercana, y en cuanto la puerta se cerró tras ellos, sentí que algo dentro de mí también se cerraba. Como si una parte de mi alma se hubiera quebrado un poco más.
El corazón me dolía. No físicamente, aunque también. Dolía de una forma más profunda, más silenciosa. De esa que no se ve, pero te arrastra lentamente al abismo.
No entendía por qué tenía que ser así. Después de todo lo que pasamos. Después de todo lo que sentí. Después de todo lo que le entregué. Hace tiempo debí haberme acostumbrado a su frialdad, a su forma cruel de fingir que no le importo… pero no. Mi corazón, tan estúpido y terco como siempre, se aferraba a un recuerdo que ya no existía.
Cada vez que los veía juntos —a él y a Helena— era como si me clavaran un cuchi