Me levanté del suelo como pude, temblando. Sentía las piernas débiles, casi inútiles, como si no me respondieran. Cada parte de mi cuerpo dolía, pero lo que más pesaba era lo que tenía dentro. El alma... el alma la tenía hecha pedazos.
Mis dedos temblorosos recogieron la ropa como pude, intentando cubrirme. Pero ya no era lo mismo. Esa ropa ya no me pertenecía. Sentía que nada me pertenecía. Me la puse como si me envolviera en trapos ajenos, sucios, humillantes.
Las lágrimas no dejaban de caer. Ya no intentaba detenerlas. ¿Para qué? ¿Qué sentido tenía aparentar estar bien cuando por dentro estaba rota? Me sentía sucia, usada… como si me hubieran arrebatado algo que jamás iba a poder recuperar.
Salí del hotel. Cada paso era una tortura. Como si arrastrara una cadena invisible atada a los tobillos. Los transeúntes me miraban. Algunos con curiosidad, otros con lástima, incluso con desdén. Pero a mí no me importaba. No me importaba nada.
Solo quería llegar al apartamento de Olimpia. Era l