Lucía era la hija biológica de mis padres. Cuando ella tenía tres años, ellos enfrentaron una crisis financiera, y, tras perder la casa por culpa de las deudas, ella se escapó.
Se fue sola a un orfanato y usó su estatus de huérfana para conseguir que la adoptara una familia adinerada.
Ni siquiera se despidió. Solo desapareció una noche, dejando a mis padres devastados. Ese mes le habían planeado una fiesta sorpresa de cumpleaños.
Sin embargo, hacía poco, los padres adoptivos de ella se habían declarado en bancarrota. Y, al enterarse de que estábamos organizando un viaje de lujo por Europa, se reconectó con mis padres, afirmando que, en realidad, aquella vez había sido secuestrada.
Cuando mis padres se mudaron a los barrios bajos, me encontraron. Yo solo tenía tres años, pero ya mostraba signos de transformación temprana. Esto sugería que tenía potencial para convertirme en una Gamma.
Demostré que su intuición era acertada con mi impresionante historial de combate.
Así, fui yo quien pagó la deuda de quinientos mil dólares de la familia, ganando recompensas monetarias otorgadas por el Alfa, gracias a mis excepcionales habilidades.
Mis padres solo me aceptaron como su hija porque les resultaba útil. Incluso, otros guerreros se burlaban de ellos, diciéndoles parásitos. Pero a mí no me importaba. Pensaba que en una familia no se debía llevar la cuenta de quién daba más. El lazo que nos unía era más que suficiente.
Al final, esta familia me lo debía todo.
Yo me había encargado de cuidar a Javier desde que nació. Le cocinaba, lavaba su ropa y lo llevaba a sus entrenamientos.
Cuando empecé la universidad, trabajé para pagarle la matrícula. Cuando me convertí en Gama, cubrí todos sus gastos. Solo las clases particulares de combate costaban cinco mil dólares al mes.
También le compraba ropa de marca para que no se sintiera menos que otros jóvenes lobos de la manada.
Él tenía quince años, y yo llevaba criándolo toda su vida. Por rango, era su hermana, pero, en realidad, era como su madre.
En cuanto a mis padres, les di todo.
No tenían ahorros y sus ingresos eran ridículos, así que les daba cinco mil dólares al mes de mis ganancias. Les compré un auto de lujo para el día a día. Pagué las cuentas médicas del reumatismo de mamá y del problema cardíaco de papá.
En definitiva, me encargué de todos los gastos del hogar y de las tres comidas diarias.
Además de organizar este viaje a Europa, les había conseguido un seguro médico en el extranjero y alojamientos especiales para que viajaran cómodos. Solo el seguro de viaje había costado una fortuna. Pero nunca me quejé.
Más que una hija, era su cajero automático, uno que también cocinaba y limpiaba.
Incluso el edificio de oficinas que me había dado el Alfa complementaba los ingresos de la familia. Entre mis inquilinos estaban algunos de los lobos más poderosos de tres territorios.
Cada victoria en combate me traía grandes recompensas. Siempre me exigía a mí misma mejorar en pelea solo para poder sostenernos a todos.
Y luego estaba Pedro, mi pareja. Cuando nos reconocimos en la ceremonia de Luna Llena hace tres años, él no tenía nada. Su familia era aún más pobre que la mía.
Le compré su primer equipo de combate decente. Pagué su entrenamiento. Lo apoyé mientras trataba de subir de rango en la manada.
Cada mes, le daba tres mil dólares para ayudar a su familia, y también cubría los tratamientos médicos de su madre.
Incluso puse el pago inicial de una casa para ellos el año anterior.
Todo porque era mi compañero, elegido por la Diosa. Nunca me quejé por mantenerlo. Pensaba que para eso estaban los compañeros: para cuidarse.
Sin embargo, después de todo lo que hice por esta familia y por Pedro, ellos trataron mejor a su hija biológica que a mí.
Lucía sonrió mientras se me acercaba. La pulsera que llevaba costaba más que lo que ganaban mis padres en dos meses.
—Perdón, hermana. Si hubiera sabido que por venir, te tocaría dormir afuera en la nieve, capaz me hubiera echado para atrás. Iba a decir que no, pero nuestros papás insistieron en que tenían arreglado todo. —Hizo una breve pausa, antes de continuar—: yo ofrecí quedarme en la habitación estándar, pero no quisieron que me diera aire frío porque soy más delicada. Ojalá lo entiendas.
Mientras ella hablaba, Javier, el mismo pequeño que yo había criado y cuidado con mucho amor, colgaba de su brazo como un cachorro.
—¡Claro! Ese frío es peligroso. ¿Y si te da una transformación descontrolada? Tú no eres como mi hermana, ella parece una loba enojada. Hasta los lobos renegados le huyen.
Todos se rieron.
Sabían que yo era quien tenía esa condición que se agravaba con el frío. Aun así, no dudaron en mandar a su Gamma, su proveedora, a dormir en condiciones que podrían ponerlos en peligro.
Pedro se quedó ahí, sin defenderme. El hombre que había prometido protegerme con su vida hacía tres meses en nuestro ritual de preapareamiento.
Mis padres notaron cómo me empezaba a molestar y hablaron con un tono más suave.
—Mira, sabemos que no es lo mejor, pero no tuvimos otra opción. ¿Por qué no tomas ese curso avanzado de combate que querías? No te preocupes por el precio.
Extendí la mano.
—Bien. Denme la inscripción. Cincuenta mil dólares. Ahora.
—¡¿Tanto?! ¡Deberías agradecer que te dejamos gastar tu propia plata! ¡No abuses!
—¿Desde cuándo necesito su permiso para gastar mi propio dinero? —me burlé—. ¿Cuánto ponen ustedes al mes en esta casa?
Mis padres se pusieron rojos.
—¿Hace falta hablar de esto ante la familia?
Ellos aportaban tres mil al mes, mientras que yo ponía los otros cincuenta mil. Y ni siquiera me habían dado un regalo por mi primera transformación.
Había pagado una deuda de quinientos mil dólares por esta familia y había reservado un viaje de lujo, que me había costado cinco millones.
El estilo de vida cómodo de esta familia se debía a mis ganancias.
Otros miembros de la manada lo veían. Susurraban que esta familia vivía del dinero de su hija.
Si tanto amaban a su hija biológica, quizás ella debería mantenerlos.
Veamos cuánto tiempo duran con los ingresos de una Omega que ni siquiera se transforma.
Pedro dio un paso adelante, rodeando con el brazo los hombros de Lucía; un gesto que me hizo hervir la sangre.
—Capaz puedo ayudar en el tour —se ofreció, sonriéndole—. Conozco unos lugares en Europa que no salen en las guías.
Lo miré con incredulidad. El equipo de entrenamiento que llevaba puesto, ese que le compré el mes pasado, costaba más de lo que había ganado en toda su vida.
Poco después, los padres adoptivos de Lucía llegaron, discutiendo qué opciones del tour no serían «suficientemente buenas» para sus estándares.
—Hay que mejorar estas reservas —dijo la madre adoptiva de Lucía, arrugando la nariz al ver los hoteles cinco estrellas que había planeado—. Todo esto es... muy corriente.
Mi padre asintió, emocionado.
—¡Lo que ustedes digan! Este también es su viaje familiar.
Me aclaré la garganta.
—A ver, este es mi viaje. Mi nombre está en todas las reservaciones.
Todos se quedaron congelados. No habían considerado ese pequeño detalle.
Mamá fue la primera en reaccionar.
—Bueno, eso... Creemos que lo mejor sería que le pasaras todas las reservas a Lucía. Al fin y al cabo, ella es nuestra heredera.
No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Quieren que le regale mi viaje de cinco millones de dólares? ¿El viaje por el que me maté trabajando?
—Es lo menos que podrías hacer después de todo lo que hemos hecho por ti —dijo mi padre sin mirarme a los ojos.
Pedro dio un paso adelante, evitando mi mirada.
—Piénsalo, Evelina. Es importante para todos.
—Hermana, por favor —se unió Javier, poniendo ojitos de cachorro—. ¿Por la familia?