Le sonreí a mis padres.
—Tantos años viviendo juntos, tanto esfuerzo... Y nunca los hice felices. Ahora que su hija de sangre volvió, por fin, conocerán la felicidad. Qué impresionante.
—¿¡De qué hablas!? ¡Claro que seremos felices! ¡Somos una familia de verdad, unidos por sangre! —gritó Lucía.
—Si tú lo dices. ¿Por qué tan a la defensiva?
Los del consejo que dirigían el ritual intercambiaron miradas. Todas eran mis compañeras de combates pasados. Notaban las mentiras de Lucía para entrar a las familias.
Pedro estaba al fondo, con la cara llena de arrepentimiento.
La audiencia para romper nuestro lazo se daría después de esta.
Tras cortar el vínculo familiar, mis padres llevaron a Lucía para su ritual.
Me vieron esperando afuera. Ella se burló.
—¿Sigues aquí? ¿Por qué?
—A reclamar mi casa.
—¿Casa? ¡Ya no eres su hija! ¡Esa casa es nuestra!
—Parece que estás confundida. Tus padres y tú han vivido en mi propiedad. Les di dos meses para irse, pero se quedaron como si nada. Por eso, traje