Miré una por una las caras de esas personas a quienes quería y por quienes lo había dado todo, sin poder creer que ahora pretendiesen hacerme a un lado por una aparecida, solo porque tenía la sangre «correcta».
Mamá rompió el silencio enseguida.
—Por supuesto que Evelina le va a ceder el viaje a Lucía. Al final, es la que más quiere a la familia.
Ni tiempo me dieron de quejarme.
—Evelina, ve a hacer la cena. Hoy tienes que preparar un banquete para celebrar nuestro viaje.
Ya no podía más. Me levanté de la mesa.
—Festejen sin mí. Yo me voy a cenar afuera.
—Nos vamos mañana. ¿A dónde crees que vas? ¿Ya armaste las maletas? —dijo papá.
—¿Ahora resulta que los omegas son tan delicados que no pueden hacerlo? —contesté con rabia.
—Evelina, espera... —dijo Pedro intentando detenerme.
Me di la vuelta, con el brillo de mi loba en los ojos.
—Cierra la boca.
Papá y Pedro se quedaron congelados, viéndome salir.
Me fui sola a un spa y me gasté mil dólares en un tratamiento de belleza, antes de recargar una tarjeta de regalo con diez mil más.
¡Sin tener que cargar con toda una familia, esta loba sí se podía consentir!
Me quedé afuera hasta que la luna estuvo en su punto. Cuando volví, la casa estaba en completo silencio.
Nadie me había escrito, ni me habían mandado un mensaje mental de manada, ni una llamada, nada. Todos dormían como si nada hubiera pasado.
Al abrir la puerta, sentí como mi loba gruñía con furia.
Parte de mi ropa, mis zapatos, equipo de entrenamiento, medallas de Gamma y trofeos estaban tirados en el patio como si fueran basura.
Fui a mi cuarto y, tal como sospechaba, Lucía estaba sentada frente a mi tocador, luciendo mi bata de seda más cara y probándose mis collares de gemas curativas.
Apenas me vio, me lanzó una sonrisa retadora, llena de arrogancia.
—Hermana, te toca dormir en la nieve. ¿Por qué no sales de una vez al patio para que te vayas acostumbrando? Tu ropa y tus joyas son lindas. Las reservaciones premium de tu viaje también. Ya las disfrutaste mucho tiempo, es hora de que me las prestes, ¿no te parece?
—
Sentí que la sangre me hervía. Mi loba pedía pelea. Toda la paciencia y el control que había aprendido a tener se esfumaron.
Antes de reaccionar, mis garras ya habían dejado un rasguño profundo en su cara.
—¡Ah! —gritó, lanzándome una mirada de odio—. ¿Cómo te atreves a tocarme?
Trató de atacarme, pero, justo en ese instante mis papás abrieron la puerta, por lo que ella se tiró al piso, cubriéndose la cara y llorando.
—Hermana, perdón, no era mi intención. Mamá me dijo que podía dormir aquí hoy... Si estás enojada, me voy al patio ya mismo —Fingía estar herida, cubriéndose la cara.
Mamá corrió a abrazarla y a consolarla, mientras papá me miraba, decepcionado.
—¡Evelina, ¿qué te pasa?! Pídele perdón a Lucía ahora y vete a dormir al patio. —Hizo una breve pausa y remató diciendo—: ¡Es por tu bien! En Europa hará un frío tremendo y dormir afuera te va a ayudar a acostumbrarte.
Me mantuve firme, dejando salir mi aura de Gamma. Hasta los lobos de mis padres y de Lucía temblaron.
—No soy yo la que debe irse —dije, firme.
Lucía sollozaba en el piso, cubriéndose la cara.
—Me duele mucho —sollozaba Lucía en el piso, sin dejar de cubrirse el rostro—. Perdón, mamá, papá. Fue mi culpa, déjenme irme.
Como siempre, haciéndose la víctima.
Mamá casi lloraba de angustia.
—Te traeré unas hierbas curativas.
En eso, apareció Pedro. Nos miró a todos, hasta que sus ojos se posaron en la cara de Lucía.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz molesta.
—Tu mujer le pegó a la pobre Lucía —se quejó papá.
—Evelina, ¿cómo pudiste? —inquirió él, mirándome con decepción.
Así era. Mi compañero del alma, poniéndose del lado de ellos.
Cuando se fueron, aseguré mi cuarto con piedras mágicas y puse el sistema de seguridad. Diez mil dólares bien invertidos.
Acto seguido, arranqué toda la ropa de cama que tenía su olor y la tiré a la basura. Después, usé hierbas para tapar el aroma y pude dormir tranquila.
A la mañana siguiente, mamá vino a golpear mi puerta.
—¿¡Qué fue todo eso!? ¡Me pasé horas intentando entrar! ¡Despertaste a toda la casa!
—¿No estaba siendo buena hija? Así tienes más tiempo con tu favorita. Deberías darme las gracias.
—¿Estás loca? ¡Es tu hermana!
—¿Ahora sí soy familia? Pensé que con su regreso ya estaba fuera del juego.
Pedro estaba detrás de mis papás, con una expresión incomprensible.
—Evelina, tenemos que hablar.
—No tengo nada que decirle a alguien que no me apoya —le respondí sin dudar.
—Por favor, no peleen —se metió Lucía con voz dulce—. Este viaje debería ser feliz. No dejen que yo lo arruine, me sentiría fatal.
—¿Ves qué comprensiva es? ¡No como tú, que solo estás celosa! —gritaron mis papás.
—Tu actitud es horrible —agregó mamá—. Solo deja que use tu reserva. No hagas más dramas, te lo perdonaremos solo esta vez.
—¡Te hemos dado demasiadas libertades! —acotó mi padre—. Una hija debe saber su lugar en el clan, ¡ninguna hija se atrevería a negar nada a sus padres! Esa rebeldía hay que castigarla. Así vas a aprender respeto.
Javier se rio.
—Hermana, con esos celos y ese carácter, nuestros papás pueden dejar de reconocerte como hija.
El mismo hermano que yo había criado y malcriado me decía eso.
Lucía me miró con una sonrisa triunfal, como si ya me viera fuera de la familia.
—Apúrate que, si no, perdemos el transporte al aeropuerto —dijo mi padre, arrastrando el equipaje—. El papá adoptivo de Lucía nos está esperando.
—Las maletas están en el pasillo —dijo mamá—. Tú te quedas hoy a ordenar la casa. Deja todo listo y luego nos alcanzas en el VIP del aeropuerto.
Vi esas diez maletas enormes, la mitad de Lucía, y cada una pesaba un mundo. Sonreí.
—Claro. Vayan tranquilos. Yo voy en cuanto acabe.
Pedro dudó, pero siguió a mis papás.
—No tardes.
Los miré irse con calma.
Que esperaran.
Yo ya tenía decidido lo que iba a hacer.