Mundo de ficçãoIniciar sessãoEmma se encontraba en su trabajo en un centro de rehabilitación en las afueras de la ciudad, el cual trabajaba con niños pequeños y personas mayores con problemas de movilidad. Trabajaba ahí varios días a la semana, por lo cual el doctor Álvarez sabía bien dónde encontrarla.
Una vez llego al centro dio con ella en cuestión de solo un par de minutos.
Estaba en un pequeño jardín de flores, donde hablaba con un anciano en silla de ruedas. Este la veía con semblante severo, hasta que de pronto se relajó y le sonrió, entregándole una barra de chocolate que tenía oculta. Emma entonces corto un trozo y se lo entrego, brindándole un giño en el proceso. Justo entonces levanto el rostro y vio al doctor Álvarez, así que dejó al anciano disfrutando del sol de la tarde y se le acerco.
—¿Qué lo trae por aquí doctor? —le cuestionó extrañada por su presencia.
—Tan solo quería saber cómo estás y saludarte —respondió con aparente sinceridad.
—Claro. Ahora, dígame por favor lo que le trae por aquí en realidad —le insto sin creer en absoluto en sus palabras.
—Eres demasiado lista para tu propio bien, ¿lo sabias? Sin embargo, es cierto y hay algo importante de lo que debo hablarte —reconoció.
—En ese caso, dígame de lo que se trata y no perdamos más el tiempo —le animo con actitud formal, pero aun así había una cierta familiaridad entre ellos.
—Unos grandes amigos acudieron a mí por consejo —comenzó a contarle, tendiéndole enseguida un folder lleno de papeles.
Emma lo tomó y revisó por encima la información contenida, dándose una buena idea de la situación del paciente.
—Parece que es un verdadero milagro que haya salido con vida del accidente, y por lo que veo, no es capaz de caminar, ¿cierto? —le cuestionó luego de un momento; haciendo a conclusiones un tanto aceleradas, pero correctas.
—En efecto y será verdaderamente difícil que vuelva a ponerse en pie, aunque no imposible y tú mejor que nadie sabe que los milagros existen —le dijo siendo un tanto vago en sus palabras, pero aun así se entendían a la perfección el uno al otro.
—En efecto, pero no entiendo por qué me muestra esto —reconoció sin andarse con rodeos.
—El problema es que está deprimido, se niega a tomar su terapia y nadie es capaz de manejar su temperamento explosivo. Lo conozco desde hace años y siempre tuvo un carácter difícil, pero ahora todo es mucho peor —le contó tratando de que se hiciese una buena idea al respecto.
Al escuchar aquello, Emma cayó en cuenta de lo que pasaba.
—Necesitan ayuda y he pensado... —comenzó a decir, pero fue interrumpido por esta.
—Que yo podría hacerlo, pero no es posible. Trabajo a tiempo parcial aquí, además de todas las horas extras que puedo conseguir. Suelo tener trabajos extra siempre que me es posible por los tiempos, no puedo atarme a un solo trabajo; tengo otras responsabilidades. Además, sabe que suelo ser exigente en mi trabajo y que no todos pueden aceptarlo, así que no pondré esto en riesgo por algo que puede no funcionar. Usted mejor que nadie sabe que no puedo —se negó siendo muy clara al respecto y es que deseaba que entendiera.
—Lo sé y ellos están conscientes de que tu forma de trabajar es especial, aun así, están dispuestos a hacer lo necesario por su hijo. Solo te pido que vayas a verlos y hablen un momento, sin compromisos. Hazlo por mi —le pidió, apelando de forma un tanto tramposa al cariño que le tenía.
—Está bien, si es por usted iré. Mañana temprano antes del trabajo pasaré a su casa y hablaré con ellos, es lo mejor que puedo ofrecerle —accedió, siendo muy honesta.
—Es todo lo que pido. Mientras tanto, revisa los documentos y piensa las cosas con calma —le aconsejó, deseando que cambiase de opinión y accediera.
A la mañana siguiente, Emma se presentó en la dirección que el doctor Álvarez le dio. Se paró ante una gran y hermosa mansión. La casa tenía varios guardias en la puerta principal, así que tuvo que identificarse y dejar que la revisaran antes de poder entrar siquiera a la propiedad. Lo hizo encontrándose en la puerta con una mujer madura, hermosa y distinguida, quien la observó con extrañeza.
—Buenos días, señora —le saludo Emma en cuanto la vio.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarte? —le cuestiono Luisa extrañada por su presencia, pues era temprano para visitas y por su forma de vestir no parecía ser para un asunto de la oficina; por ende, la creyó una amiga de su hijo menor.
—¿Es usted la señora Luisa Grant? —le cuestiono manteniendo una estricta formalidad.
—Así es; soy yo. ¿Y usted es? —indago, aun confundida por su identidad.
—Soy Emma Sáenz. El doctor Álvarez me envió. Me comentó que requerían de mis servicios como enfermera —le dijo, dejándola sorprendida.
—¿Usted es la enfermera de la que nos habló? —le cuestiono extrañada.
—Así es, señora. Aunque si el puesto está ocupado ya, me puedo marchar sin problema —ofreció permaneciendo tranquila, aun cuando veía dibujada en su cara una cierta expresión de incomodidad y tenía la sensación de que se debía a ella.
—No, aun no contratamos a nadie. Sígame, por favor —le instó, haciéndose a un lado para permitirle el acceso a la casa.
—¿Sucede algo? —se atrevió a preguntarle Emma, deseando saber el porqué de su actitud.
—Nada. Es solo que no eres lo que esperábamos —admitió.
—Cuando el doctor Álvarez nos habló de la enfermera que nos recomendaba para nuestro hijo, lo cierto es que esperábamos a una mujer mayor y con más experiencia —confeso, siendo muy sincera con lo que suponían.
La verdad es que lo creía lo mejor, especialmente cuando tenía frente a ella a una joven delgada y menuda. Si las otras enfermeras de mayor experiencia no pudieron controlar a Oliver, dudaba mucho que esa jovencita fuese capaz de hacerlo.
—Entiendo su sentir. Espero que esto le ayude a entenderlo —le dijo, tendiéndole un folder.
—Aquí tiene mi currículum por si quiere constatar mi experiencia. En el podrá ver los estudios que tengo y las referencias de mis antiguos pacientes y jefes —le explico.
—La mejor recomendación que podrías tener es la del doctor Álvarez —le aseguro, demostrando la confianza que le tenían a este.
—Aun así, me gustaría mostrarle esto a mi marido para que pueda revisarlo. Por desgracia, él no se encuentra en estos momentos.







