NOCHE DE BODAS

Capítulo 3

Úrsula me agarró de los brazos con tanta fuerza que me dolió.

—Esto ya no es un juego —me dijo con los dientes apretados—. Estás poniendo en riesgo la vida de tu hermana, la de tu padre y la de toda la manada, tu no tienes nada que perder, si mueres descansarás de las humillaciones, si no mueres serás libre.

Intenté soltarme, pero no pude.

—No me importa morir pero no soportaría matarlo —le respondí muy angustiada por la culpa.

—Esto no se trata de culpa, Ariadna. —Su mirada era fría —. Es la vida de tu padre. Si te niegas, él morirá por la deshonra. La manada Roja no perdona las humillaciones y acabará con el.

Cerré los ojos. Me temblaban las manos.

Úrsula siempre sabía cómo manipularme. Y otra vez lo había conseguido.

—Está bien —dije casi sin voz—. Lo haré.

Ella me soltó y me arregló el cabello como si nada hubiera pasado.

—Buena querida —susurró, sonriendo satisfecha—. Ve a cumplir tu destino.

La habitación estaba oscura. Solo una vela encendida iluminaba la cama grande en el centro. 

Mi corazón latía tan fuerte que creí que me iba a desmayar, cada segundo que pasaba me hacía dudar, hasta que escuché la puerta abrirse.

Kaleb entró tambaleándose, olía mucho a whisky.

El plan había funcionado. Estaba lo suficientemente ebrio como para no notar la diferencia.

Cuando me vio, sonrió.

—Cristal… —murmuró, acercándose—. Por fin romperé está maldita maldición.

La bruja de su manada le había dicho que mi hermana, la heredera legítima de Carmesí le quitaría la maldición, pero Cristal ni Úrsula se arriesgarían a averiguarlo.

Se quitó la camisa y vino hacia mí. Sus manos eran firmes, su respiración ya estaba agitada.

Fue imposible no recordar lo que pasó en el río, aunque el no sabía que era yo.

Me tomó de la cintura y me besó. Su boca tenía sabor a vino, intenté apartarlo.

—Kaleb, espera. Por favor, escúchame un segundo.

—No quiero hablar —susurró contra mi cuello—. He esperado esta noche demasiado tiempo... Romper esta maldición.

Me besó otra vez con desesperación, con un deseo que me atrapó.

Sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío. Intenté resistirme, pero sus manos me recorrieron con una suavidad.

—Kaleb, piensa en lo que ha pasado con las otras —le dije, apenas respirando—. No puedes perder el control.

Se detuvo un momento, mirándome con los ojos.

—No puedo contener a mi lobo —dijo con voz ronca—. Te deseo, es lo único que se.

Volvió a besarme. Su boca se movía devorandome.

Me temblaban las piernas, el deseo y la adrenalina se mezclaban, y sin darme cuenta, empecé a responderle.

No sé cuándo dejé de resistirme.

Solo sé que lo deseaba.

Kaleb me llevó a la cama y me acostó con cuidado.

Me quitó el vestido mirándome como si no pudiera creer que estaba frente a el, aunque en ese momento pensaba que era Cristal.

—Eres hermosa —susurró.

Sentí un nudo en el pecho. Nadie me había dicho eso nunca.

Sus manos me recorrieron cada centímetro con suavidad y pasion.

Nuestros labios se encontraron otra vez, su respiración se mezcló con la mía.

Me dejé llevar. Cerré los ojos y lo abracé.

Ya no pensaba en las maldiciones ni la muerte. Solo quería sentirlo.

Lentamente entro en mi, me dolió un poco al principio, sentir como entraba abriendose espacio en mi intimidad.

Arquee la espalda cuando sentí como rompió mi hilo de virtud.

Kaleb me acarició el rostro y bajó su boca hasta mi cuello.

Su voz salió apenas como un gruñido.

—No sabes cuánto te deseo.

Me mordió suavemente en el hombro de nuevo, sentí que algo me quemaba.

Un dolor suave, seguido de una sensación nueva, como si un fuego me consumiera.

Me había marcado de nuevo, confirmando que yo era suya.

Yo, la maldita, ahora tenía una marca, la del Alfa más poderoso de la región.

Sus movimientos fueron más intensos, más firmes, y cuando nuestras manos se entrelazaron, todo desapareció

—Siiiii 

Sentí el orgasmo cubrir mi cuerpo, mientras el terminaba con un gruñido y una gran sonrisa.

Los dos nos quedamos sin aliento, temblando.

Lo miré a los ojos, y no pude evitar llorar, Kaleb no estaba muriendo, 

Estaba vivo y yo también.

Por primera vez, la maldición suya ni la mía, había matado a alguien 

Por primera vez, me sentí libre.

Desperté con el cuerpo cansado y la cabeza aun perdida en la noche.

Kaleb dormía a mi lado, desnudo, respirando con una sonrisa en los labios. Tenía un brazo sobre mí.

Lo observé unos segundos, intentando entender lo que había pasado.

No estaba muerto, seguía respirando.

¿La maldición se había roto?

Sonreí sin poder evitarlo. Por primera vez, había sentido lo que era amar con entrega.

Lo había marcado y él me había marcado a mí.

Me levanté con cuidado, cubriéndome con una sábana. Apenas di dos pasos, la puerta se abrió.

Úrsula entró sin permiso y me sujetó del brazo.

—¿Qué hiciste? —me gritó en voz baja, con los ojos desorbitados—. ¡Se suponía que él debía morir!

—No pasó nada malo —le respondí incredula —. Consumamos… pero ninguno murió.

Su rostro cambió de color.

—¿Qué estás diciendo?

—Que la maldición ya no existe. —La miré con una sonrisa—. Estoy libre, y él también.

Úrsula me jalo con fuerza y me saco de la habitación 

—Esto arruina todo, ¿entiendes? Ahora Kaleb cree que se acostó con tu hermana. Si lo descubre, nos mata.

Llamó a Cristal y le ordenó entrar.

—Acuéstate ahí —le dijo Úrsula, señalando la cama—. Finge que pasaste la noche con él.

Le ordenó a un guardia morder el hombro de Cristal como Kaleb lo hizo conmigo, no una marca, solo una mordida.

—¿Que pasara ahora mamá? —Pregunto mi hermana asustada.

—Haz lo que te digo —le ordenó—. Nadie debe saber que no fuiste tú 

Luego me jaló del brazo y me llevó por el pasillo hasta una habitación más pequeña, donde estaban los ancianos esperándonos.

—Ella no debe hablar —dijo Úrsula frente a ellos—. Ahora que Kaleb piensa que Cristal y el, consumaron su unión, que ella ha roto la maldición y es su destinada, el tratado entre las manadas está sellado.

—Yo no voy a mentir —les dije—. Ya hice bastante. No pienso seguir con sus mentiras.

El anciano mayor me miró enojado

—No tienes opción. Tu silencio es lo único que mantiene la paz.

Respiré hondo. Ya no me quedaban fuerzas para discutir.

—Entonces quiero una sola cosa —dije—. Déjenme irme. No quiero quedarme en esta manada. No pertenezco aquí y menos si me han quitado el derecho de estar con mi destinado.

Se miraron entre ellos.

—Eso podría ser lo mejor —dijo uno—. Así nadie sospechará nada.

Asentí. No me importaba a dónde ir. Solo quería alejarme de ellos, de todo 

Al amanecer, Úrsula me buscó.

—Tu padre te espera en el comedor —me dijo—. Dile tú misma lo que decidiste.

Entré a la sala. Todos estaban allí.

Kaleb y Cristal bajaron juntos, tomados de la mano, sonriendo. Él parecía tranquilo, feliz a su lado, creía que ella era la mujer que lo había liberado de la maldición.

Y mientras yo ocultaba la marca en mi hombro, mi hermana mostraba la mordida para engañar a Kaleb

Cristal se acercó a mí y me habló en voz baja.

—No sé cómo agradecerte. Kaleb es el esposo que siempre soñé, y ya no está maldito . —Sonrió con una sonrisa cínica—. El cree que yo le quite la maldición y dice que seré su reina para siempre.

—¿Y porque me dices eso? Solo disfruta y se feliz 

—Lo seré cuando no tenga que verte de nuevo.

Nos sentamos a la mesa. Mi padre estaba serio.

—Ariadna, Úrsula me contó que quieres irte. ¿Es cierto?

—Sí, padre. Ya no tengo motivo para quedarme. Como viuda, puedo elegir mi destino. Me iré lejos, no quiero causar más problemas.

Kaleb levantó la mirada.

—¿Viuda? —preguntó confundido.

Cristal soltó una risa burlona

—Claro que es viuda. Se casó seis veces y sus esposos murieron antes de tocarla. Por eso todos la llaman la maldita.

Las palabras me golpearon como una piedra.

Mi padre intentó intervenir.

—Basta, Cristal.

—No, que lo sepa —insistió ella—. Que sepa quién es esta loba, a la que debo llamar hermana.

Me levanté. No iba a quedarme a escuchar más.

—Ya no importa. Lo único que quiero es irme.

Mi padre se levantó también.

—No tienes por qué hacerlo, hija. Puedes quedarte.

Pero Kaleb golpeó la mesa con el puño.

—No. No se irá. Vendrá con nosotros a la manada Roja. Allá le encontrare un esposo. Es una deshonra que la cuñada del Alfa de la manada roja sea una viuda joven y sola.

Lo miré con rabia y confusión.

—No necesito sus favores, para mí no es una deshonra lo que soy.

—No es un favor —replicó él, firme—. Es una orden, Si no aceptas, cancelo el tratado, no le daré ningúna ayuda a Carmesi

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