Sophia seguía mirando por la ventana, con el celular en la mano y el corazón latiéndole en los oídos. No veía la camioneta de Thomas aún, pero sabía que no tardaría en llegar.
Se pasó una mano por el cabello y exhaló, tratando de pensar con claridad. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo se suponía que debía manejar la situación cuando apenas podía ordenar sus propios pensamientos?
Caminó de un lado a otro de la habitación, con la respiración acelerada. Sabía que había estado evitándolo, pero no tenía fuerzas para enfrentar una discusión con él en ese momento.
Y menos después de la conversación con Roger.
El frío de la tormenta se colaba por las ventanas de su casa, haciéndola estremecer. Se percató que no era el clima helado, o las frías y duras gotas de lluvia, lo que provocaban sus temblores: Eran los mismos nervios de enfrentar a su novio de más de ciento veinte kilos de puro músculo. Cuando vio los faros de la camioneta iluminando la calle mojada no pudo no tragar saliva.
—No… —murmuró.
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