La mañana en Miami Beach amaneció con un sol traicionero, demasiado brillante para la oscuridad que sentían. La sala de control temporal, una suite de lujo transformada en cuartel general, olía a café frío y a miedo. Habían trabajado toda la noche, desentrañando las capas de código y las transacciones de Julian, pero la verdadera bomba había caído justo antes del amanecer, cortesía de un contacto de Leo que había accedido a los registros médicos cifrados en Ginebra.
Elisa Reed: Esposa, enferma terminal, y el secreto más oscuro de Julian.
Alexander se paseaba frente al ventanal que daba al Atlántico. El mar, habitualmente una fuente de calma, ahora se sentía como una extensión de la vasta e incontrolable mente de Julian. La noticia de Elisa no era solo un dato; era el engranaje faltante que hacía que toda la maquinaria del caos funcionara.
—¿Quién es Elisa? —Alexander finalmente rompió el silencio, su voz áspera por la fatiga—. ¿Por qué la escondió? ¿Por qué nunca la mencionó? No en nu