58. Limpia y transparente
El aire entre nosotros tres parecía convertirse en una tormenta silenciosa. Dante observaba a Nickolas con la mirada de un cazador. Por otro lado, Nickolas, con semblante tranquilo, llevó sus brazos hacia los bolsillos. Su aura era la de alguien que no buscaba problemas.
—Señor Ferrari —habló con voz relajada—, muy buenos días. ¿Se va a trabajar?
Los ojos de Dante posaron en Nickolas y en mí. No necesitaba hablar para que su rostro hiciera surgir miles de preguntas mentales sobre quiénes éramos y por qué esa cercanía. Su mandíbula se tensó. Sus manos sujetaron con más fuerza los brazos de su silla de ruedas.
—Sí, ¿y tú a dónde se supone que vas con Louisa? —mordió cada palabra mientras hablaba—. Que recuerde, ustedes no tienen nada en común como para estar relacionándose juntos.
Sus palabras cayeron sobre nosotros como un mantra pesado. Los dedos de Dante aprisionaban el brazo de su silla como si la tensión de su cuerpo debiera salir por algún sitio o explotar. Nickolas, por otro lado