41. No lo hago por él
Entre los tres se había formado una nube donde no se podía respirar. La electricidad tóxica entre los dos hombres era más que suficiente para decir que era el arquetipo de dos machos alfa. Dante, sin necesidad de mover un dedo, imponía presencia; Nickolas, que usualmente era calmado, levantó su pecho. Dedicó una de esas sonrisas donde sabes que puede jugar su juego.
—Señor Ferrari, usted tiene entendido que no es muy saludable evitarle a las mujeres hacer lo que quieren, ¿no?
Un ligero disparo que pareció golpear más de lo que debería. Él, con su mano, apretó el brazo de la silla y juraría que quiso levantarse. Su ceño se frunció haciendo una mueca por unos segundos. Levantó una ceja de manera lenta, casi teatral, y con un tono gélido y totalmente cortante respondió:
—Por supuesto que sé lo que es saludable para una mujer —llevó su mano hacia el brazo de su silla. Acomodó su cabeza allí mientras hablaba en un tono gélido—. Lo realmente insalubre es forzar algo que no va a ocurrir, y tú