40. Te prometo que…
Entre nosotros dos había una tensión que era imposible de negar. No podíamos hablar y la sensación era tan creciente que se había transformado de una manera líquida de tanta incomodidad. A pesar de que solo éramos dos conocidos que no habíamos hecho nada, mi cuerpo sudaba.
Nickolas, por otro lado, parpadeaba varias veces como si eso hiciera que desapareciera. Tal vez él pensaba que su cerebro estaba haciendo una muy mala broma, lo cual era entendible ¿cuál era la probabilidad de que nos encontráramos sin tener nada que ver con nuestros hijos?
Casi imposible.
Abría la boca con ligereza intentando exhalar toda la presión que se había instalado en mi cuerpo. La piedra en mi estómago solo causaba dolor. Nickolas también estaba afectado, su mano sujetaba con más fuerza su marcador.
—Profesor, ¿está todo bien?
Una pregunta de una de las estudiantes del fondo provocó que la extraña burbuja entre nosotros se rompiera. Me dedicó una sonrisa rota, de esas que no sabes cómo describir, y tras