22. El verdadero motivo
Una sonrisa torcida, unos ojos desviados hacia otro lado y su voz sonaba tan ronca como para ser capaz de mover el piso:
—Si te quedas conmigo, puedo darte lo que desees.
Ese “desees” no era una simple promesa, parecía una realidad. Entre nosotros surgió una burbuja donde todo quedó en segundo plano. La risa de Edward pasó a ser un eco lejano. La luz del sol que se filtraba en los ventanales del centro comercial pasó a verse más brillante. La sensación del leve frío por lo del aire acondicionado pasó a ser nula. Los palpiteos de mi corazón luchaban para no romperme el pecho. Una nerviosa sonrisa invadió mis labios. ¿Acaso… se estaba declarando?
Ambos nos mantuvimos suspendidos en una burbuja hasta que la expresión pasó a ser rígida. Era la misma sensación de la vez anterior. Como si alguien apagase el interruptor que se había encendido, frunció el ceño marcando las líneas de su frente. Con una de sus manos apretó su silla y tras esto solo pronunció:
—Quiero decir, todo lo que desees