CAPÍTULO 2

UN AÑO ANTES:

De un momento a otro lo había perdido todo.

Ya no era nadie.

Su título se fue con su padre quien cobardemente había huido de su propia patria.

Mientras aún no pudiera ir al Tercer Reino en busca de aliados para recuperar su trono debía permanecer bajo perfil pero esa tarde había olvidado todo.

—¡Paren! ¡Por favor! ¡Van a matarle!

La Thalassi corrió en dirección de los guardias que golpeaban a un hombre mayor brutalmente mientras que su señor los observaba con mesura.

Ella no se giró para mirarlo, solo quería ayudar al hombre.

—¡Basta!

—¡No recibimos ordenes de una puta! —rugió uno de lo guardias empujando a Livana al suelo.

Acto seguido su túnica cayó revelando la larga cabellera hermosa de la mujer.

Pero no solo su cabellera era hermosa sino que toda ella también.

Un jadeo a coro fue escuchado a su alrededor y el Alfa tuvo que contenerse para quedarse donde estaba.

"—Es preciosa."

Su lobo gruñó posesivamente en su interior.

Pero el hombre se negaba a admitirlo, no obstante, se quedó sin defensas cuando ella clavó sus ojos violeta sobre él y un sentimiento de extraño anhelo embargó su pecho.

—¡Tiene que detenerlos, por favor!

Valerio arqueó una ceja sin apartar su vista de ella.

—Tiene lo que se merece.

Su gélida respuesta causó que ella chillara acercándose a él.

Sí, probablemente fuera la mujer más exquisitamente hermosa que hubiera visto antes pero eso no quitaba su insolencia.

—¡Sabía que eras un tirano!

Una vez más el gemido de la gente ante el insulto de la muchacha hacia el Alfa no se hizo esperar.

Él la observa con especial atención, sin perderse de cada uno de los movimientos de la mujer.

No sabe qué es lo que le ocurre pero se siente indiscutiblemente atraído por ella y esto lo desconcierta. Con tan solo un movimiento ella lo ha cautivado y el Alfa se siente frustrado.

Sus fosas nasales se abren intentando capturar su aroma pero solo distingue en olor a miel y especias.

—¿Quién eres tú, mujer?

No tenía ojos para nadie más pues si hubiera mirado a la mujer y al hombre al lado de ella hubiera percibido lo tensos que ambos se habían vuelto por la pregunta del Alfa.

—Solo soy una curandera, eso es todo.

—¿Y sabes quién soy yo, muchacha? —gruñó él bajando de su caballo para acercarse a sostener su barbilla con fuerza pero sin lastimarla.

Estaban tan cerca que los latidos del corazón de ambos estaban descontrolados.

—Por tu falta de respeto mereces ser azotada.

—¡No, por favor mi señor! ¡Ella no lo sabía! ¡Es inocente! —lloriqueó una mujer detrás de ella.

Pero el Alfa mantenía su atención solo en ella aún cautivado y furioso por su belleza tentadora.

Su lobo y él lo habían decidido.

Aunque ella aún no tuviera el aroma de su compañera, esa curandera era suya.

—Guardias, atenla. Vendrá conmigo.

—¡No!

Ella podía lloriquear todo lo que quisiera pero no la dejaría ir.

Era demasiado hermosa y la belleza solo traía problemas para los hombres. 

UNA SEMANA DESPUÉS:

Había tratado de mantener su cordura pero cada parte del cuerpo del Alfa estaba tensa.

Él lanzó una maldición a la nada cerrando sus garras en un puño sin importar que se lastimara en el proceso.

Cualquier dolor no hacía justicia al que estaba sintiendo.

La necesidad insana de poseerla estaba nublando su visión.

—¿Qué demonios me pasa? —gruñó y su voz se escuchó mezclada con la de su lobo.

Desde que Davc había invadido su reino no había sentido ningún placer pero ahora irónicamente esta luchando contra el más crudo.

¡Él deseaba a una simple esclava teniendo un Harem entero de mujeres hermosas!

—¡Larissa!

—¿Alfa?

La loba se encogió al sonido de la furia de la voz del Alfa.

Como todas las luna llena él estaba furioso pero en esta ocasión por un motivo distinto.

—Lleva a esa mujer a mis aposentos.

—¿L-la joven curandera...?

—¡Esa mujer!

La sirvienta se estremeció y asintió con rapidez.

Ese era un título que ya no le pertenecía a la mujer.

Curandera o no ella era su esclava ahora.

Suya.

Y tendría que cumplir con sus obligaciones.

Lo había retrasado por demasiado tiempo.

Sin hablar más, el Alfa entró en sus aposentos dirigiéndose a la cama para desnudarse por completo.

Fue en ese momento que la mujer entró como si la habitación fuera suya, con la cabeza erguida, al igual que sus hombros.

Su cuerpo recordaba que su sangre era real pero el Alfa no lo hacía, él realmente no la recordaba, frunció el ceño reprimiendo su furia y las diferentes emociones que recorrieron su cuerpo al verla acercarse. Tan altiva como una princesa humana.

Ya no parecía tan segura de ella misma al mirar en su dirección.

Él podía ver su vacilación.

Estaba tratando de no desviar sus ojos a su desnudez, tal y como si fuera inocente.

Virginal.

—Me llamó, mi señor.

Su voz aunque suave era firme.

Serena.

Como si aún conservara el título que él mismo le había quitado. Los curanderos junto con los maestros son honrados en el reino y ella debía haber sido muy mimada antes.

—No pedí que hablaras, mujer.

Arrodíllate.

Su voz masculinamente autoritaria logró que ella se estremeciera.

Por más que trataba no experimentar miedo, no lo estaba consiguiendo.

Mucho menos cuando con una mirada, ella pudo ver lo furioso que él estaba en su desnudez.

Sus mejillas adquirieron un color rosa volviendo su mirada a su pecho expuesto.

El vello estaba creciendo por su cuerpo el cual era más ancho de lo que recordaba pero aún lleno de músculo.

Después de todo era luna llena.

Todos los lobos Alfas entraban en celo en esa temporada.

—Señor...

El temblor en su voz no hizo que él tuviera piedad.

Sus dedos largos se clavaron con rapidez en su pelo rubio castaño tirando de este, ocasionando que ella quedara exactamente como la queria. Arrodillada ante él.

—¡Ah! —gimió ella.

Él Alfa la miró con los ojos completamente oscurecidos por la lujuria que lo estaba dominando.

—Obedecer es tu obligación, esclava.

Todavía no había soltado su cabello pero no estaba haciéndole daño. Incluso cuando tiró de su pelo no lo hizo.

—Abre la boca —exigió.

Ella enseguida se encogió de miedo pero él lo único que pudo ver cegado por el dolor fue repugnacia.

Tan delicada y perfecta como era no querría a un hombre que no lo fuera, incluso aunque este fuera un Alfa Rey.

Al ver que los ojos de la curandera hermosa se llenaron de lágrimas, se odió a sí mismo, aunque una vez más calló esa voz en su cabeza.

Solo por esta vez la dejaría ir.

Pero a la siguiente no tendría piedad.

Ella sería suya.

—No me complaces ¡Largo de aquí!

Fue imposible para ella no asustarse con su gruñido pero reprimió un gritito y lo más rápido que pudo salió de su habitación con el corazón latiendo sumamente acelerado con lo que acababa de ocurrir.

—Oh Dios, ¿Qué voy a hacer ahora? —susurró la ex Thalassi angustiada por lo que acababa de pasar. Pero se sentía más aterrorizada por lo que había experimentado al tenerlo tan cerca otra vez.

—Cálmate Livana, escaparás.

Trató de mantener esa convicción aunque no estuviera segura de ello.

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