¿Victíma o villana?

Narrado por Kiara Hneidi:

Soy una mujer de fe. Y eso me hace mejor que los demás.

La fe me enseñó que el deber está por encima del deseo. Que la obediencia a los padres es la obediencia a lo que nos enseñaron que era todo. Que el honor de una mujer está en su pureza, en su silencio, en su capacidad de servir sin cuestionar.

Y yo he sido obediente. Siempre.

Desde niña me dijeron que Fatima era una vergüenza. Una mancha en nuestro linaje. Que su alma estaba corrompida por el Occidente, por sus ropas, sus ideas, sus gestos. Que se vendía por atención. Que era una prostituta disfrazada de estudiante. Todo en Fatima, estaba mal.

Fatima fue exiliada de nuestra familia porque le faltó el respeto a nuestros padres. Ella siempre hablaba de honestidad, de estudiar, de progresar. Pero sus técnicas, eran sucias. O al menos, eso fue lo que siempre me dijeron en casa.

Yo lo creí. Lo sigo creyendo.

—No te compares con ella, Kiara. Tú eres nuestra hija verdadera. —me decía mi madre mientras me ajustaba el hiyab frente al espejo.

Alguna vez, creí que Fatima era adoptada. Debido al uso de "hija verdadera", sin embargo, con el tiempo me di cuenta, de que se referían al hecho de que yo era la hija de la que ellos se sentían realmente orgullosos. Porque yo sí he sabido llevar conmigo los principios que me dieron.

Fatima se fue. Nos abandonó. Y yo me quedé. Aprendí a rezar cinco veces al día. Aprendí a callar. Aprendí a esperar.

Esperar a Mariano.

Desde que lo conocí, supe que él sería mi esposo. No por amor, sino por destino. Por estrategia. Por obediencia. Pero también... Por algo más.

Mariano Hans no es como los hombres de nuestra comunidad. Tiene una altivez que me intriga. Una belleza que me perturba. Cuando habla, no pide permiso. Cuando camina, parece que el mundo se abre para él. Tiene un timbre de voz que hace parecer que es el rey del lugar a donde llega. Y me encanta.

Jamás, me he fijado en como se comporta un hombre que no sea él.

Lo he visto en reuniones familiares. En cenas de negocios. En visitas a nuestra casa. Nunca me ha tocado, pero sus ojos sí. Me ha mirado como si pudiera leerme. Como si supiera que detrás de mi silencio hay fuego. Sé que él también había pensado en mí.

Una vez, en la terraza, me ofreció una taza de té.

—¿No te molesta que te usen como moneda de cambio? —me preguntó con absoluta ligereza. Y eso me hipnotizó. Porque él se atrevió a hablar conmigo, de un tema que podía resultar ser un tabú para otros hombres.

—No. Me honra. —le respondí.

Él sonrió. No con burla, sino con curiosidad, por la forma de mi pensamiento. Porque no soy una mujer igual que las demás.

Otro día, él me ayudó a bajar de un coche. Su mano rozó la mía. Fue un segundo. Pero lo sentí durante días. Lo tuve en mi mente cada noche. Le pedí a Allah que me permitiera dormir, porque la sensación de su roce no salía de mi cabeza.

Sé que tuvo una novia norteamericana. Lo sé porque mi padre me lo dijo.

—Una mujer sin religión. Sin pudor. Una basura. —dijo.

Y yo asentí. Porque sabía que esa mujer era insignificante.

Hasta que la ví en la casa de Mariano. De mi Mariano.

Yo fui con la intención de llevarle un regalo. Un discreto presente a mi prometido. Estábamos comprometidos oficialmente. Era la primera vez que me acercaba a su hogar. Sin avisar.

Me quedé gélida al ver a Fatima ahí. No pensé que su envidia la llevara a meterse en la casa de mi hombre.

Pero siempre, el que actúa mal, le va muy mal.

Sucedió el accidente.

Cuando supe del accidente, no me sorprendió. Fatima siempre fue imprudente. Siempre buscando atención. Me fui del lugar del accidente y dejé a Mariano con ella. Necesitaba pensar.

Me enteré por uno de los socios de mi padre, que la habían ingresado en una clínica privada. Que estaba sola. Que nadie la visitaba. Ninguno mencionó, que mi prometido se había encargado de todo.

No hice nada.

No pregunté.

No fui.

¿Por qué habría de hacerlo? Ella eligió su camino. Ojalá se muriera. Odio a mi hermana. Odio lo que representa en mi vida.

Ahora, el contrato está casi cerrado. Mariano será mío. Y yo seré su esposa. Tendremos hijos. Hijos fuertes, inteligentes, obedientes. Hijos que no conocerán la vergüenza. Porque posiblemente, Fatima ya no esté en el plano terrenal.

Pero hoy, algo cambió.

Mi padre me llamó a su estudio. Omar Hneidi no es un hombre que habla mucho. Pero cuando lo hace, sus palabras pesan y se hacen cumplir.

—Kiara, siéntate. —ordena mi padre con tono autoritario.

Me siento. Bajo la mirada, como es debido cuando tu padre te habla.

—El matrimonio con Mariano se concretará en semanas. Quiero que estés lista. —agrega con furor.

—Estoy lista, padre. —respondo con absoluta firmeza.

Él me observa. Luego se levanta y camina hacia la ventana.

—Fatima ha reaparecido. Está en la ciudad. En una clínica. Y tu prometido está con ella.

Mi corazón se detuvo por un instante.

—Lo sé. —respondo cortante.

Él me mira, sorprendido por mi aparente manejo de toda la absurda situación que acontece en mis narices.

—¿Desde cuándo, Kiara? —me solicita mi padre intentando ocultar su preocupación.

—Desde hace tres días. —dije.

—¿Y por qué no dijiste nada?

—Porque no importa. Yo puedo controlar la situación, calma. —respondo intentando parecer convincente.

Él sonrió. Por primera vez desde que llegué.

—Bien. Has aprendido. —dice y asiente.

Mi papá guarda silencio. Luego se gira hacia mí.

—Mariano es una pieza. No un premio. Lo necesitamos para consolidar nuestra posición. Su empresa está débil. Su padre es manipulable. Y Mariano... Está dividido. Eres hermosa, Kiara. Estoy seguro de que podrás salir victoriosa.

—Dividido. —repito en voz baja.

Odiaba saber que era así. Que él... No me amaba con devoción y entrega. Como yo lo amo a él.

—Todavía siente algo por Fatima. Pero eso se acabará. Tú lo seducirás. Lo harás tuyo. Lo harás padre de tus hijos. Y ella... Ella será destruida. —dice papá, con una calma que me hiela la sangre.

—¿Destruida? —susurro.

—Sí. Fatima nos humilló. Nos abandonó. Nos desafió. Ahora pagará. —me asegura.

Me quedo en silencio. No por miedo, sino por convicción.

Fatima no merece compasión. No merece a Mariano. No merece nada.

Yo soy la hija que se quedó. La que obedeció. La que rezó.

Y ahora, seré la esposa. La madre. La heredera.

Mariano será mío.

Y Fatima... solo Allah sabe cual será su destino por volver a desafiar los designios de nuestro padre.

Después de terminada la conversación con mi padre, decido conducir hasta la clínica en donde se encuentra Fatima internada. Esperando que esté realmente grave, que toda esta situación sea un simple mal sabor de boca que va a extinguirse dejándome el dulce sabor de su muerte.

Sin embargo, al llegar a la habitación donde se encuentra, mi piel se eriza al ser consciente de su conversación con Mariano.

Con mi Mariano. Con mi prometido.

Oriana B.

¡Hola! Soy nueva por aquí. Me encantaría leer sus opiniones de esta nueva aventura qué apenas empieza.

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