Capítulo narrado por Lauren Hans:
Se supone que el infierno que viví al ser secuestrada por ese animal, ha terminado... ¡Maldito hijo de puta! Jamás había estado en frente de una persona tan... Loca. Por fin estoy en casa. Me han traído como si fuera una vaca de raza que han puesto cuidadosamente en su establo, porque por el momento consiguieron lo que querían de ella... Finalmente me trajeron al que se supone que debería sentir como mi hogar. Pero nada se siente como “hogar”. Ni el sofá donde compartía las tardes de estudio con mis amigas, ni los cojines suaves que antes me encantaban para lanzarselos a mis hermanos... Ni siquiera la luz que entra por las ventanas grandes del salón les encuentro la utilidad que antes le encontraba. Todo me parece diferente a hace dos días... Dos eternos días... O quizás soy yo la que ha cambiado. Me siento como una muñeca que alguien dejó olvidada en un rincón polvoriento, rota, sucia, herida… Alguien que no le importa a nadie. Podría haber muerto, y quizás, mi familia lo habría notado en meses. Mi papá entra al comedor, donde estoy sentada con una taza que Lidia, me preparó. A veces puedo sentir, que mi nana, que tiene a su familia de sangre en República Dominicana, se preocupa más por mí que mi propia familia. Siempre es atenta conmigo, me pregunta como estoy. Y fue la única en llamarme por teléfono mientras no estuve en casa. Las personas latinas siempre son cálidas conmigo, y en especial, Lidia. Ni siquiera tengo hambre en el momento. Me tiemblan las manos y el calor del té me quema los dedos. Ni siquiera soy capaz de identificar qué es lo que me pasa exactamente. —Papá. —digo de golpe, sin rodeos, porque llevo todo el día queriendo gritar muchas cosas. —, ¿me vas a explicar qué fue lo que pasó? —le exijo, intentando que mi voz suene mordaz. Mi padre se detiene, como si no esperara que yo hablara tan fuerte. Me mira con ese gesto de siempre, el que usa cuando está a punto de inventar una mentira que suena a verdad. Una que pueda convencer a la tonta niña que cree que soy. —Lauren, yo… —arroja mi padre y tartamudea. —¡No sabías, verdad?! ¡No sabías que me tuvieron encerrada durante dos días! —le grito, porque estoy cansada de que nadie se escandalice como se debe. Como si fuera normal que un hombre te secuestre para obligar a tu hermano a casarse con la loca de su hija. Como si Omar Hneidi fuera solo otro empresario con métodos raros. ¡No! Es un maldito criminal de m****a. Un animal, un psicópata. Un monstruo con nombre y apellido. Papá se sienta frente a mí. Suspira. Y su mirada se rompe. Por primera vez veo que está considerando en cómo debería tratarme. No me puede hablar como a una princesita, como suele decirme, porque lo que viví en ese sitio... Esta alejado de eso. —No sabía que Omar iba a llegar a ese punto… Yo creí que eran amenazas. Nada más. Nunca pensé que se atreviera a tocarte. No quise alarmar a tu madre, creí que era una broma de mal gusto... Pero me equivoque... Lo siento... —arroja mi padre con tono quebrado. —¿Y si me hubiera pasado algo peor?, ¿si me hubieran abusado uno de los hombres con los que me dejó? —le digo con la voz tiritando de rabia. —, me encerró en un cuarto sin ventanas. Con dos hombres que ni siquiera hablan el idioma. Me daban comida como si fuera una mascota. Y esos hombres, me vigilaban como si fuera una prisionera de guerra. Yo… yo tenía miedo de que no saliera viva de ahí. Eran dos hombres jóvenes, de mas o menos dieciocho años. Fue aterrador, papá. —expreso sintiendo que mi estómago se revuelve al revivir las imágenes en mi mente. Papá baja la cabeza. El silencio de él me hace temblar más que los gritos de Omar. No puedo creer que mi propio padre no supiera cómo protegerme. Que solo se quede ahí. Omar Hneidi me secuestró para obligar a mi hermano a respetar a su hija. Mientras que a mí, me secuestran, me gritan, me realizan todo tipo de violencia psicológica, y el monigote de mi padre se quede cruzado de brazos. —No puedo hacer nada contra Omar, Lauren. —susurra finalmente, como si confesara el peor pecado. —¿Qué dices, papá? —le replico, incrédula de su paciencia. —Tiene información que podría hundirme a mí… Y a tu hermano Mariano, también. Al cual no he visto en estos días y eso también me tiene como loco. —dice, y no me mira a los ojos. —, lo único que ha evitado que publique todo eso que no te imaginas la magnitud de lo que representaría… Es el matrimonio. Si Mariano se casa con Kiara, es la única forma de que Omar no nos destruya. Porque destruir nuestro nombre, no será una buena idea si está emparentado con el suyo. Así funciona. —¿¡Qué información!? —grito consternada. Ya no quiero que me proteja de verdades. Quiero saber la maldita verdad. ¡Toda! —Hace cuatro años cometí un muy grave error. Lavé dinero. Los primos de Omar estaban invirtiendo en Estados Unidos. Me ofrecieron participar. Yo acepté. Pensé que era seguro. Pensé que sería una forma de recuperar la empresa y poner en marcha mis nuevas ideas, de salvarnos. Pero luego descubrí que esos primos eran competencia directa de Omar, y él nunca perdona. Desde entonces… Ha tenido la policía estatal bajo su control. Me vigiló. Y a Mariano también. Recaudando cada detalle para tener un plan perfecto. —explica mi padre con lentitud, la vergüenza se encuentra contenida en su mirada. Me quedo en silencio. Cada palabra me cae como un maldito balde de agua fría. No sabía que papá había hecho algo tan terrible. Siempre pensé que él sólo era desordenado, orgulloso… Pero no que mi padre era un corrupto. Y ahora entiendo que todos estamos atrapados. Que el monstruo nos tiene rodeados. —¿Y por eso Mariano tiene que casarse con alguien que no ama? —le digo casi sin voz. —, ¿Por eso yo fui secuestrada? ¿Porque tú lavaste dinero? ¿Porque tu apellido te importa más que tu maldita familia? Papá se lleva la mano al rostro. Se ve cansado. Demasiado. —Estoy tratando de salvarnos. No lo hice por ego. No por maldad. Lo hice porque ya no veía salida. Omar está en todas partes. Controla las fuerzas del estado, tiene gente en medios de comunicación… Si salimos mal en esto, no solo perdemos dinero. Perdemos la empresa, el respeto, nuestras vidas. —¿Y qué se supone que debo hacer yo? ¿Olvidar lo que me hizo? ¿Ser paciente y callarme?, ¿volver al colegio y no tener miedo de que ese hombre vuelva a tomarme si el idiota de Mariano no hace lo que él o su loquita quieren? —le interrogo en gritos. Papá busca algo en su chaqueta. Lo saca. Es un boleto de avión. —Vas a Londres, Lauren. Esta semana. Por seis meses. Es lo único que puedo hacer para protegerte de él. Omar no interfiere con lo que pasa en Reino Unido. Ahí vas a estar a salvo. Es una temporada, nada más. Estoy seguro de que cuando regreses… todo se habrá calmado. —expresa mi padre con diligencia, o eso intenta hacer ver. —¿Y si no? —le digo, apretando los dientes—. ¿Y si nunca se calma? ¿Y si Mariano no se casa? ¿Y si Omar vuelve por mí? ¿Me mandas después a Australia?, ¿con qué m****a me voy a poner a estudiar allá, papá? —le pregunto sintiendo que la ira me está carcomiendo. —Por favor, hija… —me suplica. —, necesito que seas paciente. Esto no es solo por mí. Es por todos nosotros. Si Omar se retracta de su promesa, no solo pierdo mi reputación. Nos puede meter presos. A mí. A Mariano. A ti también, si decide inventar que fuiste cómplice. Ese hombre no está bien, Lauren. Te amo, hija. Quiero cuidar de ti. Quiero cuidar de tu madre. La palabra “presos” me deja congelada en el sitio. Por alguna razón, siento que ya tengo una idea de lo que se sentiría. Y es horrible. No se lo deseo a nadie. Ahora entiendo. Todo está podrido. Todo está contaminado. Papá quiere protegerme, pero está atado. Nos han convertido en marionetas. Yo fui un sacrificio. Mariano es otro. Y el único que se ríe detrás del telón es Omar... Maldito loco de m****a, en mala hora mi padre se alineó con ese enfermo. —Te juro que hablaré con él. Le pediré que no vuelva a acercarse a ti. —dice—. Pero necesito que te vayas. Ahora. Antes de que sea demasiado tarde. Yo hablaré con tu madre, tengo que explicarle todo... La necesito a mi lado como compañera, o yo tampoco podré con todo esto. Ella no puede estar en el spa, mientras yo siento que el mundo se hace pedacitos en mi nariz. —profesa mi padre y veo una lagrima escurrir en su pálido rostro. Nunca había visto a mi papá hacer el intento de llorar. Sus palabras me duelen, pero también me muestran algo: nadie puede salvarme. Nadie, excepto yo. Tomo el boleto. No lo miro. Lo aprieto en la mano como si fuera un fragmento de papel que contiene la llave de mi salida. Tal vez Londres sea eso. Una puerta que se abre. Una distancia que me permite pensar en que puedo hacer para ayudar a mi familia... No podemos permitir que Omar nos siga comiendo poco a poco... Me levanto del mueble como si mi cuerpo pesara varias toneladas. Me acerco a papá y lo abrazo. Él se quiebra. Me llora en el hombro. Como si también fuera un niño atrapado en un juego de monstruos más grandes. Mi papá no es un hombre violento... Ni jamás secuestraría a la hijita de nadie para hacer valer su voluntad... Y yo, aunque aún soy menor de edad, empiezo a entender que el mundo no siempre premia a los buenos. Que la dulzura no te protege. Que los adultos a veces fallan, y que la única forma de seguir adelante es tomar lo que puedes hacer con tus manos, y correr mas rápido que lo que te está persiguiendo. En este caso, Omar Hneidi.