Casualidades que marcan.

Capítulo narrado por Fatima:

El teléfono que Zayd consiguió para mí, se escurre entre mis dedos. Lo sostengo con cuidado, como si fuera un pedazo de cristal a punto de romperse. Se supone que es importante que tenga un teléfono por si ocurre algo extraordinario. Por sí tengo que averiguar algo importante que me ayude con el trabajo... Sin embargo, hay una sola cosa que he querido hacer desde que me instalé aquí.

El número de Mariano está en la pantalla. Lo he marcado apenas guardé mis pocas cosas y me di un baño. Quería decirle a él que estoy bien, que logré escapar, que la madre de Zayd me ha acogido con paciencia por mi situación y mucho afecto, y que Dana fue sabia al planear cada segundo pero que estaba preocupada por saber si ella también estaba bien. Después de todo, me preocupa que mi abuela haya quedado a la merced de Fatma, mi madre...

Quería... Quería escuchar la voz de Mariano aunque me encuentre fatigada con respecto a él, saber que él también está bien, que aún me recuerda, que no todo se ha perdido a pesar de que una vez mas, el destino nos ha alejado. Que esta vez, no somos adolescentes, que sí podemos luchar por estar juntos.

—Hola, Mariano... —digo débilmente, mi corazón late con furor. Me siento otra vez como si tuviera quince años.

—Ahora no puedo hablar. Lo siento, Fatima.

Nada más. Ni una pregunta. Ni un "Después hablaremos". Solo esa frase. Como una sentencia de que lo nuestro ha muerto en la clínica.

Se corta la llamada.

No hay explicación.

No hay lugar para mí.

Mariano técnicamente me involucró en un montón de sentimientos que parecían genuinos, que yo no le pedí. Yo quise mantener distancia...

Pero a la vez, es mi culpa por ir a esa estúpida cena. Por darle acceso a mi vida a un hombre que nunca ha hecho nada por mí. Ni jamás lo hará. Porque sabe que a la mínima palabra bonita que me dice, yo estoy a sus pies.

Me quedo congelada, viendo la pantalla, esperando que sea un malentendido, una interferencia, cualquier cosa menos lo que es: un portazo emocional. Mariano carece de responsabilidad afectiva. Mariano me mostró que no he madurado, que sigo teniendo la misma madurez y el mismo valor que tenía cuando nos conocimos. Porque me envolvió del mismo modo.

Me siento en la cama de la pequeña habitación que la madre de Zayd preparó para mí, decorada con sencillez pero a la vez denotan buen gusto, y unas cortinas que huelen a lavanda y me gusta. El ambiente debería tranquilizarme, pero mi alma se encoge cada vez más al recordar sus palabras, en el tono que utilizó para hablarme. Pensé en él tanto tiempo. En cómo sería reencontrarlo. En si me tocaría el rostro como aquella vez en la cliníca o si me susurraría algo tierno justo antes de que el mundo se derrumbara... Pensé en él de tantos modos, y creo que preferiría tener esos pensamientos antes de tener que hacerle frente a la realidad de lo que él es realmente.

Pero nada de eso importa ahora. Mariano ha decidido que no hay espacio para mí. Y eso, por más razones que intente buscar para justificarlo, se siente como una traición a mis sentimientos, a lo que me prometió.

Las lágrimas me ganan. No son dramáticas. Son silenciosas, lentas, y me arde el rostro. Me recuesto abrazando la almohada como si fuera el último refugio que tengo y me dejo caer en el sueño sin luchar. Ojalá despertara en otra vida. Donde no me acabaran de romper el corazón.

El aroma a menta y pan recién horneado me saca del profundo sueño en el que me encontraba. Mis ojos siguen pesados, como si todavía estuvieran atrapados en la noche anterior. Al despertar, es mi primer pensamiento.

Mariano me mandó a la porquería.

—Fatima, buenos días —dice una voz suave desde el umbral.

Es Zayd.

Él está aquí.

Me sonríe con gentileza. Lleva una bandeja en las manos con pan, dátiles, té con cardamomo y unos pequeños bocados de queso fresco, junto con Labhne, huevos. Huele realmente delicioso.

—Perdón por despertarte, pero pensé que quizá te gustaría compartir el desayuno conmigo. Llegué en la madrugada, no quise entrar a saludarte, ya que toda la casa estaba en silencio. —arroja Zayd y me tiende la mano.

Me incorporo de la cama, secándome las mejillas aún húmedas. Su gesto es tierno, respetuoso. Me toca la memoria, como si tuviera el poder de recordarme que el mundo también puede ser amable, que no todo en mi vida tiene que girar en torno a la miseria emocional a la que Mariano me empujó.

—Gracias, Zayd. Sí… quiero desayunar contigo. —digo suavemente, por alguna razón, su presencia me da pena.

Al estar aquí, no imaginé que él vendría a desayunos... Supuse que él vivía en algún apartamento elegante de New York... Y que vendría hasta aquí quizás el fin de semana, para asegurarse de que todo estaba en orden, que su madre y yo nos habíamos llevado bien.

Ordeno mis pensamientos.

Nos sentamos frente a frente en la pequeña mesa del comedor. La luz matutina cae sobre su rostro, mostrando detalles que ayer no noté: las ojeras del hombre que vigila a los enfermos con tanta dedicación como lo hizo conmigo en la clínica, la concentración casi poética en cada movimiento. No hay prisa en él, solo una calma que parece profundamente natural. Jamás había tratado a una persona con sus características.

—¿Dormiste algo? —me inquiere Zayd con voz serena.

—No mucho. —respondo, sin entrar en detalles sobre el trancazo que recibió mi dignidad ayer.

Se sirve té y me ofrece una taza. Luego me pasa un dátil con la mano, casi como si fuera una ceremonia personal.

—En el Islam. —comienza sin aviso. —, la mujer está entre las creaciones más privilegiadas. ¿Sabías eso? —me pregunta de forma casual, mientras mastica un puñado de aceitunas que se llevó a la boca.

—He leído algo… Pero no sé si realmente se vive así. —confieso, mientras saboreo el dulce de los dátiles. Me encanta mezclar el dulce con salado por las mañanas.

—Lamentablemente no siempre. A veces el ser humano se aleja de lo que Allah ha enseñado. Pero si volvemos a las raíces, hay una belleza inmensa. El Paraíso está bajo los pies de una madre. El Profeta ﷺ hablaba de la ternura, la protección, el valor de la mujer como columna de la sociedad, Fatima. —arroja Zayd, esta vez con seriedad.

Sus palabras no suenan como sermón. Suenan como confesión. Y me toca algo por dentro. La idea de ser valorada, respetada, cuidada… Me resulta casi impensable después de todo lo que he vivido en mi corta vida. Pero deseo que sea cierto. Deseo que exista ese mundo donde la sensibilidad no es debilidad, donde ser mujer no es carga para nadie...

—Yo no sé si soy privilegiada. La verdad... —murmuro, jugando con el borde de mi pequeña taza de té. —, a veces, Zayd... Siento que soy… Como una equivocación flotante de mis padres... Como un error que les costó mucha vergüenza... Que no me deseaban, que les arruiné... Y... Me esfuerzo por dar amor, pero me equivoco. Soy terca, insegura. Me enamoro mal, confío donde no debería… —digo sin pensarlo demasiado, sintiéndome estupida por dejar que las cosas que siento por Mariano me lleven a donde no llevaría, a dar lastima.

—Eso no es una equivocación. Jamás una persona viene a este mundo por equivocación, Fatima. —me interrumpe con firmeza, pero sin rudeza. —, eso que dices que te pasa, es parte de ser humano. Y tú, Fatima, tienes algo que no se puede fingir: una calidez que se siente incluso cuando estás en silencio. No todos pueden decir eso sobre sí mismos, deberías de ser consciente de ello. —profiere Zayd.

Sus ojos me miran sin invadir, como si me diera permiso de ser frágil sin miedo.

—Gracias. —susurro, sorprendida de que alguien pueda leerme sin juzgarme. Y pensar tan bonito sobre mí... Encontrar belleza en mi idiotez.

Comemos un rato en silencio. El tipo de silencio que no incomoda, que te hace sentir acompañada. El té se enfría lentamente ante mi vista, mientras algo entre nosotros se calienta: un reconocimiento mutuo.

—¿Y tú? —me atrevo a preguntar. —, ¿Cómo eres, cuando no estás siendo fuerte todo el tiempo? —le pregunto curiosa.

Zayd sonríe, como si esa pregunta le hubiera tomado por sorpresa.

—Soy muchas cosas. Soy responsable porque el mundo que me rodea exige que lo sea. Pero también soy sensible en ocasiones… Aunque no lo parezca. Me duele ver injusticia, me duele ver a alguien sufriendo sin poder ayudar. No tengo hijos ni esposa, pero tengo sobrinos que me hacen querer que el mundo sea mejor para ellos. No quiero que vivan lo que nosotros hemos vivido. Me duele cuando pierdo a un paciente, me duele ver la sumisión. Tengo mis puntos. —expresa Zayd dejando ver un poco de él mismo.

Baja la mirada un instante después de sus palabras, como si algo en su interior se quebrara.

—¿Te han roto el corazón alguna vez, Zayd? —le interrogo, interesada por su respuesta.

—Sí. Pero me di cuenta de que hay corazones que se rompen para poder crecer más sanos y conscientes. Y otros que se rompen y se pierden para siempre. El mío… Creo que está aprendiendo a sanar. —me confiesa Zayd.

Su sinceridad me abruma. Me conmueve. Me recuerda que incluso la fortaleza necesita descanso. Que hay hombres que no gritan, que no humillan, que no violentan. Hay hombres como él. Que dicen la verdad.

—Me alegra conocerte. —le digo, sin titubear. Es verdad.

—Lo mismo digo, Fatima. —responde, sin pretensiones ni promesas.

El desayuno termina. Zayd recoge la bandeja y antes de irse me mira como si quisiera decir algo más, pero lo deja allí. Respeta mis tiempos. Respeta el hecho de que sabe que estoy sufriendo.

Me quedo sola en la mesa, mirando el té medio vacío. Pienso otra vez en Mariano. En lo que pudo ser. En lo que no fue. Y en lo que su lejanía de respuesta me dio. Yo también tengo que aprender a sanarme.

Quizás Zayd no ha llegado a mi vida por casualidad.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP