Capítulo narrado por Mariano:
La señora Clark me sostiene como si fuera su hijo y no su empleador. Me cubre con una manta que posee un olor divino, me da palabras que ni escucho del todo. Mis oídos se llenan de ecos que no tienen forma, solo muchisima frustración y miedo. El mundo gira, pero no me mueve a ninguna parte. El aire me falta. Siento como si la piel se me resquebrajara en muchos pedacitos, como si estuviera atrapado dentro de mí mismo, sin salida. Sin ver ni un solo rastro de alguna luz. El ataque de pánico me ha dejado tirado en el sofá. Me encuentro hecho un montón de carne inútil con ropa de diseñador. La cabeza me estalla, el pecho me duele a montones, y no hay ni una sola lágrima, porque ni eso me queda para dar. —Respire hondo, señor Mariano. Mire mis manos. Estoy aquí. Todo va a pasar. —dice Clark, con esa ternura firme que intenta hacer ver que en la tierra aún quedan personas buenas. Me aferro a su voz como quien se agarra a lo único que sería capaz de sostener su peso. Ella me dice que lo peor ya pasó, pero no entiende que lo peor está por venir. Y que viene directamente hacía mí. Que va a arruinarme en todo sentido. Logro dormir unas horas, aunque el insomnio me sigue susurrando detrás de los párpados, convirtiéndome en su esclavo. Me despierto desorientado, con sabor metálico en la boca y sudor frío en la espalda qué me genera escalofríos. ... Papá llega al amanecer. No avisa. Sé que no lo ha hecho porque mi teléfono no ha sonado. Siempre aparece cuando quiere en mi apartamento, como si fuera un lugar que también le perteneciera. Mario Hans, mi padre, luce cansado, lo cual me parece extraño y preocupante, trae el traje mal abrochado y los ojos apagados. Se sienta frente a mí con gesto de urgencia. Como si hubiera estado esperando horas para el momento propicio de verme. —Tu hermana ya está en Londres. —dice, sin preámbulos. Me le quedo viendo sin entender. ¿Tan rápido? Me genera alegría que Omar haya sido cumplido, y que haya liberado a mi hermana apenas se enteró de que yo cumplí con mi parte. Visitar a Kiara, seguir con la farsa como íbamos antes de que Fatima apareciera. —Es por protección. Omar hizo cosas que se nos fueron de las manos. No tenía otra opción. Lauren está segura allá. Tu madre no puede saber nada. Ella cree que es por estudios, por descanso. Tendremos que fingir. Decirle que las cosas van mal, pero que se van a resolver. No puede saber que Omar tuvo secuestrada a nuestra pequeña, y mucho menos que tú habias hecho la estupidez de rechazar el matrimonio con Kiara. —me explica, con esa voz que ya no logra tranquilizarme. El dolor me rasga el pecho. Me imagino a Lauren con los ojos grandes, llorando silenciosa, preguntándose por qué nadie le explicó la verdad como debía. Nos fallamos todos. Y me siento muy culpable por todo esto. ¿Acaso podría sentir diferente? —Hoy tenemos que ir a casa de Omar. —continúa mi padre. —, la conversión debe hacerse. Ya es hora. Necesitas presentarte ante Kiara como musulmán. Que todos vean tu compromiso. Que no haya dudas sobre ti, esa es la única forma para que dejen de seguirnos, y de que tu madre pueda estar segura. Y... También esa muchacha, Fatima. De ese modo, volverán a pasar de ella. Me quedo en silencio. No porque no tenga qué decir. Sino porque ya no tengo fuerzas para discutir. Estoy harto. Hartísimo. Pero también atrapado. Omar nos tiene a todos sujetos por el cuello. Y por supuesto que también quiero que Fatima esté segura. Que al menos, se olviden de ella. Que pueda brillar, que su vida no se vea arruinada como está arruinandose la mía. Asiento. Solo eso. Como un robot. No tengo nada mas que aportar. Me pongo uno de mis mejores trajes... Me doy mi tiempo... Cuando reviso el reloj, ya casi es mediodía. Mi padre y yo nos subimos al auto. El camino parece eterno aunque solo dura veinte minutos hasta la mansión Hneidi. Cada árbol que pasa, en mi imaginación, se está burlando de mí, cada persona que pasa en su automóvil, se mofa de mí, como si supieran que estoy vendiendo mi alma. Papá revisa sus mensajes. Yo cierro los ojos y me dejo llevar. Me esfuerzo al máximo por lograrlo. Al llegar, Omar nos recibe como si fuera el anfitrión de una boda real. Está radiante. Su sonrisa me revuelve el estómago. Nos abraza como si todo estuviera en orden, como si no acabara de secuestrar a mi hermana. Como si no me hubiera amenazado durante los últimos tres días. —Mariano, ¡hoy es un gran día! ¡Hoy entra un hijo más a la comunidad! —anuncia, como si yo le perteneciera. Por supuesto que mi padre ha ganado mérito, le ha dicho que yo he tomado esta decisión. Que estoy nervioso. Que le he pedido la bendición a él. La casa Hneidi está decorada con alfombras nuevas, velas aromáticas y música suave. Como si fuera un lugar sagrado. Como si no se escondieran demonios detrás de cada esquina de este lugar... Y entonces la veo. Dana. La abuela de Fatima. Mi pecho se siente aprisionado cuando soy consciente de que ella está aquí. Que Fatima está sola... Sin su apoyo, la única persona de su familia que siempre ha estado para ella. No sabía que ella seguía aquí. Su presencia me sacude de una manera que no esperaba. Me vienen imágenes de Fatima, de su voz, de sus ojos cuando se quebró frente a mí. No sé nada de ella. No sé si está bien. No sé si me odia. Lo más probable es que sí. Y la verdad es que me lo merezco. Me acerco a Dana en un momento donde todos parecen distraídos. —Dana… por favor, ¿sabes algo de Fatima? —le pregunto en un susurro. Ella me observa con frialdad. Hay dolor en sus ojos. También rabia. —No seas descarado, Mariano. —me dice con firmeza. —, tú tuviste la oportunidad de hacer algo por ella. Y la rechazaste. Preguntarte por ella es insultarla otra vez. La dejaste ir con un extraño y ahora estás aquí, en la casa infernal, a punto de convertirte a musulman para casarte con mi nieta equivocada. —me reclama Dana, No puedo responder. Me siento pequeñísimo frente a ella. Me alejo en silencio. Sé que tiene razón. Sin darme tiempo de sentirme miserable por lo que me dijo Dana, lo que me merecía que me dijeran... Aparece Kiara. Tan arreglada como siempre. Parece una muñeca sacada de una vitrina, ya que me parece una mujer sin alma pero perfectamente diseñada para gustar. Su maquillaje está impecable. Su vestido es blanco, como si ya estuviéramos casados. Se acerca con sonrisa tensa. —Estoy lista para acompañarte a la ceremonia. Me alegra que hayas decidido convertirte. Es lo correcto para nuestro compromiso. —dice con formalidad, pero esconde una sonrisa emocional. Fatma, su madre, está cerca. Prepara su teléfono como si fuera una paparazzi en un evento internacional de lujo. Quiere documentar cada paso que doy, cada gesto, cada palabra. Quiere que el mundo sepa que su hija se casará con un hombre que se ha entregado por completo a ella y lo que simboliza. Ni siquiera sería posible nuestro matrimonio si está conversión no ocurriera. Nos encaminamos al salón donde se ha preparado el rito. Hay alfombras especiales. Incienso. Y un hombre que preside la ceremonia con dignidad, uno de los líderes religiosos de la comunidad. A su lado, se encuentran varios hombres. Me colocan frente a él. Kiara está a mi lado. Fatma ya ha tomado al menos veinte fotos. Papá observa desde el fondo, nervioso. Y Dana observa todo con una mezcla de tristeza y resignación en su mirada. El líder me habla con suavidad. —Mariano, hoy vas a realizar la Shahada, el testimonio de fe. Este es el inicio. Convertirse al Islam no es solo un acto para los demás. Es un compromiso contigo mismo. No te convertirás en alguien perfecto de un día para otro. Pero este es el primer paso para el cambio. ¿Estás listo? —me pregunta con suavidad. Le miro con sinceridad. No le conozco, pero no quiero mentirle. No sé si estoy listo. No sé si quiero. Yo no vine voluntariamente a esto, como dictamina el primer pilar de esto... Pero digo que sí. Me pide que repita la frase, primero en árabe y luego en español: "Ashhadu alla ilaha illa Allah, wa ashhadu anna Muhammad rasul Allah." "Testifico que no hay más dios que Allah y que Muhammad es Su mensajero.” Lo hago. Mi voz tiembla. El silencio es absoluto. Kiara sonríe como si se le hubiera entregado un trofeo. Fatma aplaude en silencio. Papá suspira. Omar me observa como si fuera su nuevo esclavo bendecido. Dana se limita a asentir. El líder me pone una mano en el hombro. —Bienvenido, hermano Mariano. Que Allah te guíe. Al terminar la ceremonia, entre abrazos que me parecen hipocritas y sonrisas falsas, alguien se me acerca con paso tranquilo. Es Zayd. Me sorprende. No lo esperaba aquí. Pensé que estaría en algún hospital, lejos de este circo que pasa en este lugar. —Felicitaciones por tu conversión. —me dice con tono neutro. —Gracias. —contesto, sin saber qué agregar. Me mira unos segundos, como si quisiera ver más allá de mi rostro. —Espero que sepas llevar esta decisión con dignidad. No basta con convertirse. Hay que vivirlo. Hay que respetarlo. Hay que hacerlo tuyo. Tú estás aqui. —profiere Zayd con ese tono tan ¿sereno? Sus palabras me calan. No me las dice con reproche. Me las dice como alguien que cuida su fe, que protege su mundo. A la vez, tomarlas me da vergüenza. Me da miedo. Porque sé que no lo estoy haciendo por convicción. Lo hago por supervivencia. Por mi hermana. Por mi padre. Por mi madre que aún no sabe nada. Por una mujer que no amo. Y por otra que no puedo tener. Veo en la distancia a Zayd hablando con Dana, sé que están hablando de Fatima... Y yo no sé nada... Sé que Fatima es la razón por la que Zayd vino aquí a mi conversión. Él también está fingiendo. El día termina como empezó: con silencio, con peso en mis hombros. Hoy soy musulmán. Pero también soy un mentiroso de m****a.