Narrado por Fátima Hneidi:
El aire en la habitación continúa siendo espeso, como si la angustia se hubiera condensado en cada rincón.
Me dificulta respirar con naturalidad, cada bocanada que tomo sabe a miedo. Sabe a incertidumbre.
Estoy sentada en el colchón que han colocado en el suelo, porque lo he suplicado, con el tobillo aprisionado por el grillete que me recuerda, segundo a segundo, que no soy libre. Afuera, los pasos de los guardias resuenan con monotonía. Vigilan. Siempre vigilan. Como si mi cuerpo pudiera atravesar las paredes y escapar. Como si yo tuviera el superpoder de teletransportarme de lugar, dejar de estar en la maldita habitación sin vida, para poder seguir con los planes que tenía, con las sonrisas, con los desayunos llenos de conversación y armonía en casa de Zena, antes de que Mariano resquebrajara la confianza que ella me tenía.
Bueno... Mariano no, todo ha sido mi culpa. Porque he sido yo quien ha permitido que lo hiciera.
Pero hoy hay algo distinto en el