Mundo ficciónIniciar sesiónAl bajar del coche, Dereck vio a Isabella a unos metros, caminando hacia el ascensor. No estaba sola; Enzo la acompañaba, y la cercanía entre ellos despertó una tensión que recorrió todo el cuerpo de Dereck.
No había contacto físico evidente, pero la manera en que Enzo la miraba —con ternura y preocupación— lo hizo apretar los nudillos hasta palidecer. Isabella inclinó ligeramente el rostro hacia él, y la sutil sonrisa que se dibujó en sus labios hizo que Dereck sintiera que su calma se evaporaba.
—Perfecto —murmuró, cargado de ironía—. Así que lo de anoche era impulso… ¿O algo más?
Observó cómo las puertas del ascensor se cerraban. Luego salió del coche con semblante helado y pasos firmes, mientras en su pecho algo más que orgullo comenzaba a agitarse: rabia, celos, la sensación de perder el control. Isabella ya no parecía la mujer que seguía su plan, y eso lo enfurecía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Las puertas del ascensor se abrieron, y allí estaba: de pie junto a Enzo, revisando documentos.
Cruzó el pasillo sin prisa, cada paso pesado, como si el aire mismo temblara.
—Veo que llegaste más temprano hoy —dijo con voz grave, cargada de la tranquilidad inquieta que precede a la tormenta.
Isabella levantó la mirada, sin inmutarse.
—Tenía asuntos pendientes —respondió con elegancia, el filo de su tono evidente.Enzo dio un paso atrás, incómodo. Dereck giró lentamente hacia él.
—No recuerdo colaboración con el departamento legal… —murmuró, apenas sonriendo, más advertencia que cortesía.—No necesariamente cuando hablo con alguien tiene que ser de trabajo —replicó Isabella.
Dereck desvió la mirada hacia Enzo y lo observó unos segundos. Su voz fue baja, pero cargada de autoridad.
—Puedes retirarte —ordenó—. Necesito hablar a solas con mi esposa.
Enzo vaciló por un instante, mirando a Isabella en busca de aprobación, pero ella asintió suavemente.
—Está bien, Enzo —dijo con calma—, te veo luego.Una vez él se marchó, el silencio se hizo pesado. Isabella respiró profundo antes de hablar, pero Dereck se adelantó.
Dereck dio un paso al frente, sin apartar la mirada de ella.
—¿Desde cuándo discutes mis órdenes frente a mis empleados? —preguntó con una calma peligrosa.—Desde que dejé de ser una de tus órdenes —replicó Isabella, con voz firme.
—No estás pensando con claridad, Isabella. Sabes que lo nuestro es algo que puede romperse. No después de todo lo que representa —dijo con firmeza, como dictando una orden.Ella lo miró, buscando emoción en su rostro. No había nada.
—Tienes razón —dijo finalmente, con media sonrisa triste—. Por eso te dejé algo en tu oficina.—¿Qué es? —preguntó, desconfiado.
Tomó su bolso y se alejó, dejando a Dereck en un silencio gélido. Lo que había dejado en la oficina podía ser el principio del fin.
Sus ojos se detuvieron en el sobre color marfil sobre el escritorio. Por un instante dudó. Luego lo abrió.
Dentro encontró un documento perfectamente doblado. Reconoció el encabezado: Acuerdo de divorcio. El aire se volvió denso. Pasó una página y allí estaba… su nombre al lado del de ella. Al final, en tinta negra, la firma de Isabella, firme, y un espacio en blanco esperando su firma.
Dereck quedó inmóvil. Isabella había hablado en serio.
Apretó el papel con los nudillos tensos.
—Siempre tan impulsiva… —murmuró, forzando una calma que se le escapaba.Dejó el documento sobre el escritorio, respiró hondo y se recargó en la silla. Cerró los ojos intentando ordenar sus pensamientos, pero la imagen de Isabella alejándose lo perseguía como un eco constante.
—No lo permitiré —susurró entre dientes—. No te dejaré ir así, Isabella.
Por primera vez en mucho tiempo, Dereck no supo si quería destruirlo todo… o solo detenerla antes de que fuera demasiado tarde.
…
Isabella salió de la empresa, aunque su mente seguía atrapada en el eco del enfrentamiento con Dereck. Cada palabra, cada mirada, había dejado una huella invisible pero dolorosa en su pecho. Creyó que, al salir de la oficina, también dejaba atrás la tensión… hasta que, al cruzar el estacionamiento, una voz familiar la detuvo.
—Isabella…
Enzo, recargado contra su auto, con las llaves en la mano y esa expresión tranquila que siempre había tenido, incluso en los momentos más caóticos.
—¿Enzo…? —susurró, sorprendida—. Pensé que te habías ido.
Él la miró con calma, los ojos llenos de una preocupación genuina que la desarmó más de lo que esperaba.
—Iba a hacerlo —admitió, dando un paso hacia ella—, pero después de lo que pasó arriba… no me sentí tranquilo. Tenía que asegurarme de que estuvieras bien.El tono de su voz, cargado de sinceridad, la hizo detenerse por un instante. La forma en que él la observaba no tenía reproche ni juicio, solo una inquietud genuina que la desarmaba. Cuánto había pasado desde que alguien se preocupó por ella de verdad.
—Estoy… —comenzó, respirando hondo para mantener la compostura—. Estoy bien, Enzo. Solo necesito terminar con esto cuanto antes. Este matrimonio… ya no tiene sentido.
—No digas eso tan a la ligera —respondió él, con voz serena pero firme.
Ella levantó la mirada, enfrentándolo. En sus ojos había cansancio, pero también una serenidad fría.
—Isabella, conozco a Dereck desde que éramos niños. Sé que puede ser terco, orgulloso y hasta ciego cuando se trata de lo que siente, pero también sé que no eres indiferente para él.
Ella negó suavemente con la cabeza, conteniendo un nudo en la garganta.
—No hay reconciliación posible. Dereck ya tiene a su primer amor de vuelta. Prefiero no atarnos a un matrimonio lleno de sufrimiento y expectativas imposibles.
El silencio se extendió entre ambos. El viento movía su cabello y la luz del atardecer pintaba el concreto de tonos dorados. Enzo la observó, y por un instante, no vio solo a la esposa de su mejor amigo, sino a una mujer quebrada intentando sostenerse en pie.
—Isabella… Sé que amas a Dereck… tal vez… si lo piensas bien y lo hablan con calma…
Ella bajó la mirada, un suspiro suave escapó de sus labios mientras la tensión entre ellos se hacía casi insoportable. Sus ojos se encontraron con los de él y le ofreció una sonrisa triste, melancólica.
—Gracias, Enzo —dijo con suavidad, curvando ligeramente los labios—. Sé que esto lo haces por Dereck. Aun así… gracias.
Dereck avanzó por el estacionamiento con los papeles del divorcio apretados en la mano, cada paso resonando con firmeza. La rabia lo recorría de pies a cabeza, pero debajo de esa furia gélida había algo más peligroso: estaba perdiendo el control sobre Isabella. La mujer que tenía delante no era la misma de antes; distante, decidida y… desafiante.
Al doblar la esquina, la vio. Isabella estaba junto a Enzo, demasiado cerca. La risa suave de ella, la forma en que se inclinaba hacia él, la cercanía física… todo hizo que su sangre se calentara.
—¿Desde cuándo son tan cercanos ustedes? —preguntó Dereck, la voz baja, firme, cargada de reproche y celos.
Isabella giró la cabeza, manteniendo la calma, aunque sus dedos se tensaron alrededor de los papeles que sostenía.
Enzo giró lentamente, y al ver a su amigo, alzó una ceja con una media sonrisa cansada.
—Vaya… no sabía que ahora vigilabas el estacionamiento tú mismo —dijo con tono ligero, intentando restarle peso a la situación.—Solo vine a devolver unos papeles que mi esposa olvidó —replicó Dereck, sosteniendo los documentos con firmeza. Su mirada, sin embargo, se desviaba una y otra vez hacia Isabella.
Enzo lo notó. Conocía a Dereck lo suficiente como para leer en su gesto algo más que molestia. Había celos, aunque él no quisiera admitirlo.
—No pasa nada, amigo —dijo con voz tranquila, intentando apaciguar el ambiente—. Solo estábamos hablando.Isabella se cruzó de brazos, intentando mantener la calma.
—Solo estábamos hablando, Dereck. No hay nada que debas malinterpretar.
—Jamás lo haría —respondió él, bajando un poco el tono—. Solo me resulta curioso. Antes no solían hablar mucho a pesar de todo.
—Los dejo. Nos vemos luego —dio un paso atrás.







