Mundo ficciónIniciar sesiónDereck permaneció inmóvil, sin reaccionar de inmediato. Su mirada se volvió oscura y fría, penetrando a Isabella con la precisión de una cuchilla.
—¿Divorcio? —repitió con lentitud, como si quisiera asegurarse de haber oído bien—. No sabes lo que estás diciendo. —Sí, lo sé —respondió ella, con la voz quebrada, pero firme—. Estoy cansada de fingir que esto es amor cuando ni siquiera puedes verme como algo más que una extensión de tu nombre, se que esta insistencia por tener un hijo es solo para conseguir más acciones en la familia porque todo para ti es poder pero ya estoy cansada.Dereck cruzó los brazos, erguido y dominante como siempre, intentando contener la irritación que su irracional arrebato emocional provocaba.
—No sé qué esperas de mí, Isabella —dijo finalmente—. Te doy estabilidad, respeto… todo lo que una esposa podría desear y solo te pido un heredero.Ella lo observó, conteniendo las lágrimas, con un temblor que ya no podía disimular ella no podía darle eso único que él deseaba así que si él se enteraba de su infertilidad de seguro se divorciaría de ella asi que porque mejor no irse antes y es que como fue que no lo noto antes este el verdadero Dereck Salazar un hombre que solo piensa en ganar.
Él la observó con los hombros rectos y la mandíbula apretada, emanando un control absoluto que llenaba la habitación. Cada gesto suyo era una advertencia silenciosa, pero Isabella lo enfrentó con la mirada firme, su corazón dolido y al mismo tiempo decidido.
—Basta de ser irracional —dijo Dereck, con voz fría, firme e inamovible—. Divorciarse no está en discusión, Isabella. Olvídalo. Este matrimonio no se rompe por tus caprichos ni por esas ideas erróneas. Este matrimonio es una alianza que nuestros padres decidieron, y así seguirá siendo.
Isabella lo escuchó en silencio, sintiendo cómo cada palabra se le clavaba como un puñal. La frialdad de su tono, la seguridad con la que defendía un vínculo vacío de afecto, confirmaba lo que siempre sospechó: él no estaba con ella por amor, sino por los beneficios que su unión ofrecía a la familia. Su determinación creció; ya no había ilusiones que sostener, solo la certeza de que debía poner fin a aquello que él había construido como un juego de poder.
—¿Eso es todo lo que soy para ti? —susurró, más para sí misma que para él, dejando que las palabras se perdieran en la distancia que los separaba—. Un deber… nunca me viste como tu esposa.Dereck frunció el ceño, sin comprender del todo la herida que sus palabras le habían infligido. Se dio la vuelta y se marchó, dejando tras de sí un silencio pesado que llenaba la habitación.
...
Isabella se quedó apoyada contra la pared, con el corazón latiendo desbocado. Sentía un vacío frío que se extendía desde el pecho hasta la garganta, un dolor punzante de desilusión y traición.
Sentía que había vivido años de ilusiones construidas sobre un terreno inestable. Cada gesto de cercanía, cada palabra suave que alguna vez creyó sincera, ahora parecía parte de un guion que ella misma había escrito para engañarse.
No podía ser una pieza más en su juego de poder mientras su corazón se marchitaba.
Esa misma noche, Isabella se sentó frente a la computadora, con el corazón aún acelerado tras la discusión reciente. La casa estaba en silencio, y cada sombra parecía recordar los momentos de tensión. Entonces vio el correo de Elena: el borrador del acuerdo de divorcio.
“Sin disputa por custodia”, sus ojos se detuvieron en una frase. Recordó, con dolor y resignación, el deseo constante de Dereck de tener un hijo. Aquella ambición silenciosa siempre presente en su matrimonio ahora le dolía más que nunca.
Dos años de revisiones médicas, diagnósticos y negaciones contenidas por los médicos dejaron cicatrices que ni su orgullo ni su fortaleza habitual podían borrar. Cada análisis fallido, cada mirada de decepción, había consumido su esperanza y desgastado su espíritu.
Sabía la causa de todo esto pero ella no lo culpa por nada porque no se arrepiente de sus acciones, si tendría que hacerlo de nuevo lo haría por él porque a pesar de todo lo ama .
Pensó en Dereck, en su frialdad, en cómo siempre antepuso sus propios deseos y ambiciones sobre cualquier consideración emocional hacia ella. No podía odiarlo; ella sola se ilusionó.
—No puedo seguir haciéndonos daño —susurró para sí, con voz apenas audible—. No así, no de esta manera.
…
El amanecer se filtraba por las gruesas cortinas, bañando el dormitorio con una luz suave y dorada. Dereck abrió los ojos lentamente, esperando encontrar a Isabella a su lado. Pero la cama estaba vacía, impecable, sin una sola arruga que delatara su presencia.
Frunció el ceño. Se sentó al borde de la cama, revisando el reloj sobre la mesita: apenas pasaban de las siete.
Descendió las escaleras, la incomodidad creciendo a cada paso. No la escuchaba en la cocina, ni en el jardín, ni en la terraza donde solía tomar el té al amanecer.
—¿Dónde está la señora? —preguntó con voz grave a una empleada que pasaba apresurada con una bandeja. La mujer se detuvo, bajando la mirada. —No… no lo sabemos, señor. No la hemos visto desde muy temprano.Un silencio pesado se instaló. Caminó hacia el estudio, encendió el teléfono y revisó los mensajes. Nada. Ni llamadas, ni textos, ni notas.
—¿Revisaron si su auto está en el garaje? —preguntó, su tono gélido suficiente para poner nervioso a más de uno. —El auto no está, señor.Se apoyó contra el escritorio, cruzando los brazos. No era exactamente enojo lo que sentía… sino una punzada incómoda en el pecho, una mezcla de irritación y algo que no quería nombrar. Ella se había ido sin avisar, sin dejar palabra alguna.
—Si regresa, díganle que quiero verla de inmediato —dijo, su voz más baja pero cargada de un peso que nadie se atrevió a desafiar.
Subió al coche sin pronunciar palabra. Durante el trayecto, el silencio reinó, solo interrumpido por el motor y el golpeteo de sus dedos sobre el volante.
Al llegar a la empresa, estacionó en su lugar habitual. Observó cada vehículo cercano hasta que su mirada se detuvo en uno en particular: el coche de Isabella. Una mezcla de alivio y molestia cruzó su rostro.
Claro —pensó con amargura—, actuó impulsivamente, pero al final regresa. Isabella, era impredecible, sí, pero no al punto de rebelarse contra el destino que él había trazado para ambos. Al menos eso quería creer.







