3 Ruptura Irreversible

Al salir, el frío de la noche la golpeó como un soplo de realidad. Subió al primer taxi que encontró y, mientras el motor rugía, su mente se llenó de un torbellino de dudas y recuerdos. Las palabras de Gimena resonaban, cuestionando todo lo que creyó de su matrimonio. ¿Acaso Dereck nunca la amó? ¿Su pasión, sus regalos, sus noches… solo habían sido una obligación?

Al llegar a casa, Isabella apenas tuvo fuerzas para saludar. Caminó directo hacia su habitación, ignorando las luces cálidas del pasillo y el suave murmullo de las empleadas que conversaban a lo lejos. Su cuerpo estaba entero, pero su alma se sentía hecha pedazos. 

Se dejó caer sobre la cama. Las palabras de Gimena resonaban una y otra vez en su mente como un eco cruel, clavándose más hondo con cada recuerdo: “Una esposa inútil… una mujer vacía… sin hijos, sin valor.”

El sonido de unos suaves golpes en la puerta rompió su ensimismamiento.

—¿Señora Isabella? —la voz temblorosa de una de las empleadas la llamó—. Disculpe que la interrumpa… pero el señor Salazar desea hablar con usted.

Isabella se incorporó, su mirada aún perdida.

—¿El señor Salazar? —preguntó con voz apagada.

La empleada asintió, extendiéndole el teléfono inalámbrico con cautela, como si temiera su reacción. Por un instante, pensó en no contestar… pero la curiosidad, o tal vez la esperanza, fue más fuerte.

—¿Isabella? —la voz de Dereck sonó firme, pero había una nota de preocupación escondida bajo la superficie—. ¿Dónde estás? Gimena dijo que te fuiste sin avisar.

Por un momento pensó en responder, en gritarle, en exigirle una explicación… pero su corazón se lo impidió. No tenía fuerzas para una confrontación. No esa noche.

Entonces, sin decir una sola palabra, bajó el teléfono y colgó.

Las lágrimas, que había contenido con tanto esfuerzo, finalmente comenzaron a caer, deslizándose por su rostro con la lentitud de una herida abierta.

Por primera vez en mucho tiempo, no supo si lo que más le dolía era la traición, la duda… o el simple hecho de seguir amando a un hombre que, tal vez, ya no la amaba a ella.

Del otro lado de la línea, Dereck permaneció en silencio unos segundos, sin terminar de procesar lo que acababa de suceder. El tono muerto del teléfono fue lo único que rompió el aire denso que lo envolvía. Isabella… le había colgado.

Dejó el teléfono sobre el escritorio, con un golpe seco, más fuerte de lo que pretendía. Sus dedos permanecieron inmóviles por un momento, mientras sus pensamientos giraban en un torbellino de incredulidad contenida.

No era molestia, ni siquiera incredulidad. Era algo distinto.

Un malestar profundo, incómodo, casi ajeno. Como si, de pronto, la mujer que conocía hubiera desaparecido sin dejar rastro.

La Isabella que recordaba solía bajar la mirada ante su tono severo, buscaba complacerlo, se disculpaba incluso cuando no tenía culpa. Esa mujer lo esperaba, lo escuchaba, lo entendía.

No podía definir si lo irritaba o lo intrigaba más aquel cambio. Era como si, de repente, ella hubiera comprendido algo que él no.

Porque si algo sabía Dereck, era que las personas no cambiaban así, de la noche a la mañana.

Y esa pérdida de dominio, esa grieta invisible en su poder, era lo que realmente le resultaba intolerable.

El recuerdo de Enzo junto a Isabella le llegó de golpe y algo dentro de Dereck se encendió de nuevo, un fuego que no era simple enojo, sino algo más profundo, más irracional. Celos.

—Maldita sea… —murmuró entre dientes, llevándose una mano al cabello. Solo pensar en Enzo, en su mirada sobre ella, lo llenaba de una rabia muda que no sabía cómo contener.

Gimena apareció en la puerta de la oficina, sonriendo con su habitual aire de inocencia.

—¿Todo bien, Dereck? Te vi tenso durante el evento —comentó con fingida preocupación.

Él levantó la vista, y por un instante, el brillo frío de sus ojos la hizo retroceder un paso.

—No es nada, no le des importancia, no tiene que ver contigo —respondió con voz grave, sin levantar el tono, pero con una firmeza que heló el aire entre ambos.

—Yo solo… —Gimena intentó hablar, pero se detuvo al ver su expresión—. Pensé que podría ayudarte, Dereck. Isabella no parece comprenderte como yo…

Él dio un paso hacia ella, y su mirada fue un filo.

—No vuelvas a hablar de mi esposa.

La palabra esposa sonó más como una advertencia que como una afirmación. Gimena tragó saliva, intentando mantener su compostura, pero el ambiente se volvió insoportablemente tenso.

Dereck giró sobre sus talones y tomó su abrigo del respaldo de la silla. No pensaba quedarse allí un segundo más.

—¿A dónde vas? —preguntó Gimena, con un tono que quiso sonar despreocupado, pero falló.

.

La mansión estaba en silencio cuando Dereck entró.

El sonido de sus pasos resonó en el mármol del vestíbulo, acompañado solo por el eco de su propia respiración contenida.

Una de las empleadas se asomó; sorprendida por su llegada a esa hora, se apresuró a recibirlo, notando el gesto adusto de su rostro.

—Buenas noches, señor Salazar —saludó con voz serena.

—¿Dónde está la señora? —preguntó él sin rodeos, su voz baja pero cargada de impaciencia.

—En su habitación, señor. Llegó hace un par de horas.

—¿Cenó? —interrumpió él, frunciendo el ceño.

La mujer vaciló un momento, bajando la mirada.

—No, señor. No quiso nada. Fue directo al cuarto, ni siquiera permitió que le preparáramos un té.

Dereck subió las escaleras con paso lento, aflojándose el nudo de la corbata. La casa estaba en silencio, solo el eco distante del reloj marcando cada segundo. Cuando llegó al dormitorio, encontró la puerta entreabierta y la luz tenue del velador bañando el lugar en un tono cálido y melancólico.

Isabella estaba acostada de lado, dándole la espalda. No parecía dormida, pero tampoco mostraba señales de querer hablar. 

Él se acercó y se detuvo junto a la cama.

—La sirvienta me dijo que no has cenado —comentó, sin demasiado énfasis—. ¿Te sientes mal? ¿No tienes apetito?

Por un instante, el corazón de Isabella se agitó. Esa voz, aunque distante, sonó más suave de lo habitual. Quiso creer que había preocupación en ella, un destello de ternura entre tanta frialdad.

Pero entonces llegó la estocada.

—¿O acaso estás embarazada? —añadió él, con un tono práctico, casi como si hablara de un asunto de negocios.

Isabella lo miró en silencio, con los ojos nublados por un brillo que no alcanzaba a ser llanto, pero que pesaba como si lo fuera. La forma en que él la observaba, con esa calma imperturbable, casi calculada, solo confirmó lo que temía: no había cariño, ni preocupación, solo un interés frío y práctico.

—¿Eso es lo primero que se te ocurre? —susurró con una mezcla de rabia y tristeza—. ¿No puedes simplemente preocuparte por mí sin pensar en un hijo?

Dereck cruzó los brazos, y su tono se mantuvo medido, sin un ápice de culpa.

—No entiendo por qué tomas mis palabras de ese modo, Isabella. Si no has comido en todo el día y te sientes débil, es lógico que pregunte. No veo nada malo en querer saber si hay una razón detrás.

—¿Una razón… o un beneficio? —interrumpió ella, con una sonrisa amarga—. Para ti todo debe tener un propósito, ¿verdad? Incluso mi salud.

—Ahora lo entiendo todo… —dijo con amargura, sin apartar la mirada de él—. Para ti, solo he sido una herramienta. Una obligación más que cumplir.

Dereck levantó la vista del reloj que ajustaba en su muñeca, sorprendido por el tono cortante de sus palabras.

—¿De qué estás hablando? —preguntó con calma, su voz firme, sin rastro de emoción.

—De nosotros —respondió ella, con un hilo de voz—. De este matrimonio vacío como si fuera parte de un trato comercial.

El ceño de Dereck se frunció apenas, una sombra de molestia cruzándole el rostro.

—No dramatices, Isabella. No hay necesidad de convertir una simple conversación en una tragedia. No te traje aquí para ser una herramienta. Eres mi esposa.

Ella soltó una risa rota, incrédula.

—¿Tragedia? ¡Esto ya es una tragedia, Dereck! —exclamó, dando un paso hacia él—. Porque tú ni siquiera te das cuenta de lo que estás haciendo.

El rostro de Dereck permaneció impasible, aunque una chispa de molestia cruzó sus ojos por un instante.

—Isabella… Gimena es la hija de uno de los socios más importantes. Solo vino a colaborar con este proyecto y hablamos de eso.

Ella se quedó de pie frente a él. La ira y la decepción la hacían hablar con un filo que pocas veces permitía salir.

—¿Para hablar de negocios también era necesario estar encerrados en el coche ajustándote la corbata? —preguntó con un tono ácido, midiendo cada palabra—. Y dime… ¿Qué más hicieron allí tú y Gimena aparte de hablar?

Dereck la observó en silencio. Sus ojos, fríos y calculadores, parecían analizarla, intentando entender la fuente de su indignación.

—Isabella… —dijo con calma, como si hablara con alguien que estaba fuera de control—. No sé por qué hablas así. Solo discutimos asuntos de la empresa. Nada inapropiado ocurr…

—Claro, asuntos de la empresa —repitió ella, dejando escapar una risa amarga—. Qué conveniente que todo tenga siempre una explicación “profesional”, ¿verdad?

Su sarcasmo golpeaba la habitación como un látigo invisible. Él la vio directamente, intentando averiguar qué pasaba por su cabeza.

—Ya no puedo más… quiero el divorcio.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP