Mundo ficciónIniciar sesiónSe obligó a concentrarse en el líquido transparente frente a ella, como si eso pudiera calmar el nudo que se había formado en su garganta. Cada sorbo parecía un pequeño acto de resistencia contra lo que sentía.
Cuando fue a dar otro trago a la copa, una mano se interpuso, retirándola de sus dedos. Confundida, se dio la vuelta.
La zona de bebidas era su pequeño refugio. Estaba a punto de llevar la copa a los labios cuando, de repente, una mano firme, cálida y segura apareció y se la arrebató sin previo aviso. El movimiento fue tan inesperado que apenas tuvo tiempo de reaccionar.
Al levantar la mirada, se encontró con los ojos intensos de Enzo Valera.
El abogado de su esposo. El mejor amigo de Dereck. El hombre en quien él siempre había confiado… y que ahora la observaba con una mezcla de reproche, preocupación y algo que ella no supo descifrar.
Durante años, Enzo había sido una presencia constante en sus vidas. Lo conoció mucho antes de casarse con Dereck, cuando su padre aún estaba vivo y él trabajaba en los primeros contratos de la empresa familiar. Siempre le había parecido un hombre reservado, profesional hasta el extremo, con una serenidad que imponía respeto. Sin embargo, con el paso del tiempo, entre reuniones y confidencias inevitables, aprendieron a leerse sin palabras.
Él había visto a Isabella defender su nombre, proteger los intereses de la empresa y sobreponerse a los rumores más crueles. La había visto ser fuerte, diplomática, incluso implacable. Pero jamás la había visto así: la vulnerabilidad asomando bajo la máscara de elegancia.
—Creo que ya has bebido suficiente por esta noche —murmuró Enzo, sosteniendo la copa lejos de su alcance.
El tono era bajo, casi íntimo, pero su autoridad era innegable.
Isabella lo miró con un destello de incredulidad. No por sus palabras, sino por la sensación de haber sido vista.
—No recuerdo haberle pedido que me cuidara, abogado —replicó, cruzando los brazos. Su voz tembló apenas, traicionándola.
La mujer segura y distante que él había conocido no estaba allí. La misma que ahora intentaba mantener la compostura mientras su mundo se desmoronaba lentamente.
—No lo hago porque me lo pidas —respondió él, con voz grave—. Lo hago porque no quiero verte así… Isabella.
Hubo un silencio. Un segundo en el que ambos evitaron mirarse demasiado tiempo.
Por un instante, el recuerdo de su padre, de su pérdida y de todas las veces que tuvo que ser fuerte sola, la alcanzó con brutalidad.
—Isabella, lo que viste… —empezó Enzo, con cautela—. Gimena está en la empresa por motivos de colaboración. Nada más. No tienes que preocuparte.
Ella levantó la mirada, clavándola en él. Había incredulidad, pero también una especie de tristeza cansada.
—¿Colaboración? —repitió, con voz temblorosa y un deje de ironía—. Claro, suena tan inocente cuando lo dices así.
Una risa amarga escapó de sus labios.
—No esperaba que usted también saliera en su defensa —añadió, y su voz se quebró con un hilo de impotencia que apenas logró disimular.
—No estoy defendiendo a nadie —dijo, más suave—. Solo intento evitar que algo te haga más daño. Lo siento si sonó distinto.
Ella respiró hondo, bajando la mirada.
—No te disculpes. Fue culpa mía, estoy alterada y… sin querer me estoy desquitando contigo —murmuró Isabella.
—Está bien, solo olvidémoslo —contestó él, esbozando una leve sonrisa que buscaba suavizar el momento.
Sus miradas se cruzaron de nuevo. Enzo notó un brillo en el azul de sus ojos.
—Será mejor entrar; el clima esta noche es frío —propuso con esa seguridad tranquila que siempre lo caracterizaba. Isabella asintió, aunque por dentro deseaba no seguir viendo la cercanía de Dereck con Gimena; sentía cómo cada minuto aumentaba la herida en su corazón.
Al darse la vuelta, su mirada se topó con algo que la detuvo en seco: Dereck los observaba con frialdad, sus ojos impenetrables fijos en los de Isabella.
Dereck permanecía en silencio, pero al ver a Isabella caminar junto a Enzo, un calor inesperado subió por su pecho y su mandíbula se tensó. ¿Por qué está ella a solas con él?
Isabella notó a Gimena, abrazada al brazo de su esposo con una familiaridad que la hizo sentirse invisible. Parecían una pareja perfecta; eso la atravesó como un puñal. Se dirigió hacia la sala de descanso, cargada de tensión contenida.
Por un instante, todo pareció ralentizarse. El murmullo de la fiesta quedó atrás, pero su mente giraba sin cesar. Cuando pensó que podía respirar, la voz de Gimena se escuchó a sus espaldas. Isabella se giró rápidamente y la vio transformada: ya no era la joven dulce e inocente de antes, sino una mujer astuta, con ojos brillantes de odio y un tono cargado de seguridad y desafío que la tensó al instante.
—Vaya, Isabella —dijo Gimena con una sonrisa leve, afilada como un cuchillo—. No esperaba que Dereck te dejara sola… tan rápido.
La burla era clara, demostrando superioridad al acaparar a su esposo.
—Él no me dejó sola —respondió Isabella, tan firme que hizo vibrar el aire entre ellas—. Simplemente decidí apartarme un momento. No necesito la atención constante de mi esposo para saber quién soy ni cuál es mi lugar.
Gimena dio un paso al frente, su sonrisa desafiante.
—Claro… apartarte —repitió con malicia—. Debe ser complicado aceptar que tu esposo pasa el día entero conmigo, ¿no te parece?Isabella tragó saliva, obligándose a mantener la compostura. Por dentro, el dolor y la frustración se mezclaban con un torbellino de celos.
—Isabella… —continuó Gimena, con una sonrisa fría—. No sé por qué te esfuerzas tanto en mantener esa fachada de esposa perfecta. Dereck no te ama. Lo de ustedes es un matrimonio falso, una fachada para engañar al mundo y a su familia.
—¿Qué…? —murmuró apenas audible.
Gimena no cedió. Avanzó un paso más, disfrutando de su desestabilización.
—Míralo, Isabella. Siempre tan distante, tan frío… ¿De verdad crees que su corazón late por ti? Yo estoy aquí, volví a su lado, y él se olvidó de ti, dándome un gran proyecto. No te ha elegido… su elección siempre seré yo.
Un calor intenso subió al rostro de Isabella. La ira, los celos y el dolor la dejaron sin aire, pero se obligó a recomponerse.
—No tienes idea de lo que dices —respondió, voz temblorosa pero desafiante.
Gimena rio, fría y burlona.
—¿Sabes, Isabella? —dijo, acercándose un paso—. Ni siquiera puedes darle hijos. No le aportas nada a Dereck. Eres solo una fachada… una esposa inútil de la que ya está harto.
Isabella tragó saliva y mantuvo la mirada firme. Cada palabra arrancaba un trozo de su seguridad, pero no se quebró.
—¿No tienes vergüenza? —cuestionó con firmeza—. ¿No te preocupa que tus palabras lleguen a los medios y avergüencen a tu familia? Recuerda que sigo siendo la esposa de Dereck.
Por un instante, la arrogancia de Gimena titubeó. La amenaza implícita en la voz de Isabella hizo que un atisbo de nerviosismo apareciera en sus ojos.
—Eh… no te hagas ilusiones —balbuceó Gimena—. Solo digo lo que todos piensan… que tu matrimonio es una farsa.
—Será mejor que cuides muy bien lo que dices —replicó Isabella con una calma cortante, mirándola desde arriba con fría superioridad—. No olvides cuál es tu lugar. Yo soy la esposa de Dereck, y tú… solo una sombra intentando ocupar un sitio que jamás te pertenecerá.
Isabella apretó los puños mientras se alejaba, sintiendo que cada palabra hiriente de Gimena seguía clavada en su pecho. Cada paso la alejaba de Gimena, pero también de la seguridad que creía tener en su matrimonio.
—Esto no termina aquí —susurró Gimena, con desafío y satisfacción—.
Isabella no respondió. Solo siguió caminando, dejando atrás la tensión y el dolor que permanecía clavado en su pecho.







