Luna
El atardecer se derramaba como oro líquido a través de los ventanales del despacho de Leonardo. Luna permanecía de pie, con la carpeta apretada contra su pecho como un escudo, observando cómo él revisaba documentos con esa concentración absoluta que lo caracterizaba. Había ensayado mentalmente este momento durante horas, pero ahora que estaba frente a él, las palabras se atascaban en su garganta.
—¿Vas a quedarte ahí parada toda la tarde? —preguntó Leonardo sin levantar la vista de sus papeles.
Luna respiró hondo. El momento había llegado.
—Necesito hablar contigo —dijo con una voz que sonó más firme de lo que esperaba.
Leonardo alzó la mirada, sus ojos oscuros evaluándola con esa intensidad que siempre la desarmaba. Dejó la pluma sobre el escritorio con un gesto calculado.
—Te escucho.
Luna avanzó y colocó la carpeta sobre el escritorio, abriéndola con dedos temblorosos.
—Encontré esto —dijo, extendiendo las fotografías y documentos—. Sé lo de tu hermano. Sé lo de la empresa fam