Mateo
Siempre he sido el hermano que lee la letra pequeña. Desde niños, cuando Leo firmaba cualquier cosa sin mirar y Luna se dejaba llevar por sus emociones, yo era quien revisaba los detalles. Papá solía decirme que tenía alma de abogado, aunque terminé siendo chef. Quizás debí hacerle caso.
El despacho de Leonardo era imponente, como todo en esta mansión. Madera oscura, libros que probablemente costaban más que mi coche, y ese silencio sepulcral que parecía absorber cualquier sonido. Había entrado sin permiso, aprovechando que él estaba en una videoconferencia en otra habitación. No me sentía orgulloso, pero necesitaba respuestas.
El contrato matrimonial estaba guardado en una carpeta de cuero negro dentro de su caja fuerte. La combinación no había sido difícil de averiguar: la fecha de nacimiento de su madre. Lo descubrí una noche mientras él, con dos copas de más, me contaba sobre ella mientras cocinábamos juntos. Pequeños detalles que Leonardo dejaba escapar cuando bajaba la gua