Luna
Observé la prenda extendida sobre mi cama como si fuera un animal salvaje a punto de atacarme. El vestido rojo, de un tono carmesí intenso que recordaba a la sangre fresca, parecía burlarse de mí con su seda brillante y su corte que prometía no dejar nada a la imaginación.
—Es una broma, ¿verdad? —murmuré para mí misma, aunque sabía perfectamente que Leonardo Santoro no bromeaba.
La nota que había llegado junto con la caja era escueta, casi militar en su precisión: "Para la cena de esta noche. 8 PM. Sin excepciones."
Tomé el vestido entre mis dedos, sintiendo la suavidad de la tela deslizarse como agua entre mis manos. Era hermoso, eso no podía negarlo. De diseñador, obviamente, con un escote que descendía peligrosamente por la espalda y un corte que se ajustaría a cada curva de mi cuerpo como una segunda piel.
Me mordí el labio inferior. ¿Qué pretendía Leonardo con esto? Desde nuestro último encuentro, donde las palabras habían dado paso a algo más primitivo y honesto, algo habí