Leonardo

Siempre he creído que el control es la única forma de sobrevivir en este mundo. Control sobre los negocios, sobre las emociones, sobre los deseos. Especialmente sobre los deseos. Pero mientras observo a Luna moverse por la mansión como si fuera una aparición —etérea y a la vez tan real que duele mirarla—, siento que algo dentro de mí se está desmoronando.

Esta mañana la encontré en la biblioteca. No me vio entrar. Estaba absorta en un libro antiguo de mi colección privada, sus dedos acariciando las páginas amarillentas con una delicadeza que me hizo contener la respiración. Llevaba el cabello recogido en una trenza descuidada, algunos mechones rebeldes enmarcando su rostro. Parecía frágil bajo la luz que se filtraba por los ventanales, pero hay algo en ella que desmiente esa fragilidad. Una fortaleza silenciosa que me intriga y me irrita a partes iguales.

—Buenos días —dije finalmente, y ella dio un respingo, cerrando el libro de golpe.

—Leonardo, no te escuché entrar.

Su voz