El amanecer había traído una tenue calma al refugio. El aire, por primera vez en semanas, no olía a sangre ni a cenizas. Aun así, Diego no podía ignorar las visiones. Los sueños se hacían más nítidos, más urgentes. Algo allá afuera lo llamaba, una voz sin rostro que repetía una y otra vez: "Más allá del sello".
No tardaron en organizarse. Aitana, Elías, Alma y Marcos —el sexto guardián, recién despertado días atrás— decidieron acompañar a Diego. El grupo era reducido pero suficiente. El resto se quedaría en el refugio, resguardando a los más vulnerables. Sasha, con Lara y Emilia dormidas en sus brazos, solo le pidió una cosa:
—Volvé con vida. No me dejes sola otra vez.
Diego la abrazó fuerte, besó la frente de sus hijas y partió con los demás. A cada paso que daban alejándose del refugio, sentían cómo el poder del sello se desvanecía lentamente, como si una capa invisible los dejara desprotegidos. Avanzaron por una senda que ninguno de ellos reconocía, pero que todos sentían que debía