La mañana llegó teñida de un gris más espeso que de costumbre. Aunque la niebla ya no era tan densa, el aire seguía sintiéndose espeso, cargado con algo invisible. El sello en el brazo de Diego ardía con una leve pulsación, como si quisiera advertirle de algo que aún no entendía.
Mientras caminaba por el refugio, aún perturbado por la muerte de Benja, notó que Ashen lo observaba desde lejos. Cuando sus miradas se cruzaron, ella se acercó, seria pero sin agresividad.
—Diego —dijo en voz baja—. Necesito hablar con vos. Es importante.
Él asintió y la siguió hasta una sala lateral del refugio, donde los rayos del sol apenas alcanzaban a entrar. Era una de las zonas más alejadas del núcleo central, donde nadie solía estar.
Ashen se apoyó contra la pared y cruzó los brazos.
—Ese sello que apareció en tu brazo… no es el primero que veo.
Diego frunció el ceño, aún sintiendo el ardor leve bajo su piel.
—¿Qué sabés?
—No tanto como quisiera, pero suficiente para entender que estás cambiando —hiz