La muerte de Benja había dejado una herida profunda en todos. Era una ausencia que se sentía en el aire, en los silencios prolongados, en la manera en que las niñas se aferraban a su madre, y en la forma en que Elizabeth vagaba por el refugio como una sombra.
Ya nadie confiaba en el sol, ni en el canto de los pájaros. Lo que había parecido esperanza se reveló como una trampa, y ahora cada amanecer era sospechoso. Se hablaba poco, y cuando se hablaba era en susurros. La niebla no había vuelto a aparecer, pero su amenaza flotaba como un veneno invisible.
Intentaban consolar a Elizabeth, pero ella parecía haber retrocedido dentro de sí misma. Se quedaba junto al fuego, abrazando la bufanda que Benja usaba, sin responder mucho. Karen la cuidaba lo mejor que podía, sin forzarla. Sasha cocinaba, aunque nadie tenía demasiado apetito. Eugenia dibujaba símbolos nuevos. Ashen los repasaba con sangre seca, reforzando el sello, endureciendo el perímetro.
Diego, por su parte, parecía estar perdién