El aire se volvió más denso mientras el grupo avanzaba entre la maleza. La vegetación se tornaba enfermiza, ennegrecida, como si el suelo mismo estuviera podrido. La cantera ya se vislumbraba entre los árboles, pero algo en el ambiente había cambiado. Ya no era solo un lugar olvidado entre rocas y grietas; ahora parecía una herida abierta en la tierra, un abismo donde la oscuridad tenía vida.
Diego sintió un escalofrío subirle por la espalda. Caminó unos pasos más y luego se detuvo. Los demás hicieron lo mismo. Frente a ellos, al borde de la cantera, se abría un cráter que no estaba allí antes. Era profundo y parecía respirar, exhalando una niebla más espesa, más viva. Un zumbido casi imperceptible vibraba en el aire, como si miles de voces murmuraran desde el fondo.
Karen se cubrió la boca. —¿Esto era lo que viste?
Diego negó, con la mirada clavada en el cráter. —No… esto no. Esto es peor.
Eugenia dio unos pasos hacia la grieta, sacando su cuaderno. Los símbolos en sus páginas comenz