La noche en el refugio había sido larga, cargada de tensión y sombras que bailaban alrededor del fuego. Aunque estaban protegidos por el sello, el miedo seguía ahí, latiendo dentro del pecho de cada uno. Diego no había dormido. Su mente volvía una y otra vez a las visiones, a los símbolos, a lo que sintió cuando tocó aquel grabado extraño. Algo lo llamaba desde la cantera, algo que tal vez podría ser la clave para terminar con todo esto. No podía ignorarlo más.
Esa mañana, antes de que el sol terminara de alzarse, se reunió con Eugenia y Karen a un lado del refugio. El frío era denso y la niebla seguía ahí, flotando en el límite del sello como una amenaza silente. Diego habló con voz firme, aunque en sus ojos había dudas.
—Tenemos que volver a la cantera. No sé qué hay ahí, pero lo que vi… no lo podemos ignorar. Algo nos está esperando.
Eugenia asintió. —Yo también lo sentí. Hay algo que necesita ser despertado o… comprendido.
Karen miró a ambas niñas dormidas en brazos de Sasha a lo