Mundo ficciónIniciar sesiónBianca
El silencio de la habitación parecía envolvernos después de aquella noche intensa. La luz suave de la luna se filtraba a través de las cortinas, pero en realidad no necesitaba ninguna luz. Todo en mí estaba iluminado por la intensidad del momento, por la sensación de haber llegado a un límite que nunca pensé que cruzaría. Me quedé dormida en los brazos de Mateo, su respiración calmada y su cuerpo cálido contra el mío. Era una sensación tan diferente a la que había experimentado con el papá de mi hija. Con él, todo había sido rutina, responsabilidades, un amor que parecía haber perdido su chispa con los años. Pero con Mateo, había sido diferente. Cada declaración, cada caricia bajo la mesa, parecía abrir una brecha en mi corazón y en mi lógica. Pensé en lo prohibido, en lo que significaba todo esto ahora que mi proceso de divorcio avanzaba. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía dejarme llevar así cuando todo a mi alrededor parecía estar en caos? Pero la verdad es que, en ese momento, no podía evitar sentirme viva, deseada, mujer. Mateo despertaba en mí una pasión que había creído perdida. Sabía que esto no podía durar, que las circunstancias, las leyes del corazón, y quizás el sentido del deber, estaban en mi contra. Pero también sabía que esa noche, en sus brazos, había sido más auténtica que muchas otras en mi vida. Y mientras el sueño me vencía lentamente, solo podía pensar en cuánto tendría que luchar contra lo que sentía, contra lo que los demás pensarían... y, quizás, contra lo que yo misma quería. Pero, por ahora, solo me dejé llevar por las mariposas de este momento irrepetible. El silencio de la noche fue roto de repente por el sonido de las llaves en la cerradura de la puerta principal . Por un momento me asusté y pensé lo peor. Me levanté lentamente, todavía desnuda en la cama, y me puse la bata de satín encima para salir de la habitación y atacar lo que sea que estuviera por pasar. Bajé lentamente por las escaleras de manera silenciosa y al volver la vista hacia la puerta, lo vi. Era él, mi exmarido, entrando sin permiso ni aviso, como si aún tuviera derecho a hacerlo. —¿Qué haces aquí, Iván? —pregunté, con una mezcla de incredulidad y furia. Él me miró con esa sonrisa arrogante, esa que siempre había indicado que podía salirse con la suya. Pero hoy, su rostro mostraba una mezcla de arrepentimiento y una sombra de desesperación, como si por primera vez se diera cuenta de lo que había perdido pero sinceramente ya era tarde. —Vine a hablar contigo —dijo, intentando sonar convincente. —¿Hablar? ¿A estas horas y sin avisar? —le crucé los brazos, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. —¿Sabes qué? No puedes entrar aquí así, sin permiso, como si esta casa fuera tuya. Él se acercó, pero yo retrocedí un paso, firme. —¿Qué te pasa, Bianca? —dijo, intentando suavizar su tono, pero yo no estaba para eso. —¿Qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti? Tú, el mujeriego, el que nunca supo valorar lo que teníamos, te atreves a aparecer como si nada. Como si te importara algo. —No, no me importa lo que pienses —respondió con una sonrisa sardónica, demasiado para decir verdad, pero en sus ojos vi un brillo diferente, una verdad que no quería aceptar. —Solo quiero hablar contigo. —¿Hablar? ¿De qué? ¿De cómo me engañaste? ¿De cómo me dejaste sola con nuestra hija? ¡No tienes derecho a entrar aquí y a intentar arreglarlo ahora! —Mi voz temblaba, pero no por miedo, sino por rabia contenida. Él quedó en silencio unos segundos, con esa expresión de arrepentido que no le había visto en mucho tiempo. Se le notaba vulnerable, como alguien que finalmente acepta la magnitud de su error. —Lo siento, Bianca. —susurró, bajando la voz. —Sé que no merezco tu perdón… pero no podía seguir escondiéndome afuera sin saber si aún tenías algo que decirme, si aún sentías algo por mí. Cruzó los brazos, frustrado. Yo sabía que en su interior aún latía ese hombre mujeriego, egoísta, pero también había una parte de arrepentimiento genuino. La misma que me hacía preguntarme si, en el fondo, todavía había alguna oportunidad para él. —No tengo nada que decirte —le guste o no, mi decisión está clara. —Y no vuelvas a entrar sin permiso. Esto no es tu casa, y no tienes derecho a decidir cuándo puedo hablar contigo o no. Con esas palabras, di la vuelta y fui hacia las escaleras que me dirigían al segundo piso Donde me esperaban en la cama. A pesar de que estaba molesta trate de cerrar la puerta con el mínimo de fuerza para no despertar a Mateo. Sabía que ese encuentro, esa visita no era un simple acto de rebeldía, sino la prueba de una relación irremediablemente rota, estaba muy mal de la cabeza si Iván pensaba que con eso resolvería sus problemas. A mí lo único que me importaba es que no se diera cuenta que tenía a otro hombre aquí dentro. Traté de no hacerle ideas a lo que había pasado pero era difícil a estas alturas, sin embargo, tampoco estaba para resolverle los problemas a Iván cuando él me había roto el corazón mucho antes de que yo comenzara algo con Mateo. Trataba de pensar en otras cosas pero en mis pensamientos, aún resonaba la noche con Mateo y esa pasión prohibida que me había recordado quién era realmente. Mientras el reloj avanzando y la luna seguía siendo testigo de mi confusión, solo podía aceptar que mi corazón ya no pertenecía completamente a un pasado que intentaba aferrarse, sino también a aquello que, en secreto, comenzaba a florecer en mi interior. Mateo me había hecho sentir mujer de nuevo y eso es de lo que ko te hablan cuando terminas una relación larga. No te cuentan de ese hombre que te ayuda a conectar nuevamente con tu feminidad. No te cuentan lo duros que pueden llegar a ser tus pensamientos intrusivos. Tampoco te hablan de ese sentimiento feminista donde tu cuerpo,mente y alma asumen de que no es necesario ser una una buena mujer cuando realmente él hombre busca el buen sexo. No está mal sentirme deseada si eso es lo que principalmente busco.






