Los minutos se estiraron mientras contenía el aliento y me asomé a ver qué sucedía. Horacio se inclinó hacia Julieta con una ternura que, por un momento, desplazó toda la tensión del momento. Sus movimientos eran cautelosos, pero firmes, como si supiera que en ese acto reposaba algo más grande que él mismo.
Vi cómo colocaba su mano sobre el vientre redondeado de Julieta, y de inmediato un fulgor apenas perceptible, como si la misma luna hubiera descendido para tocarlos, comenzó a envolverlos. No era necesario preguntar si funcionaba: el cambio en sus rostros, la sincronía entre sus respiraciones, lo decían todo.—Sí, Ahá, ¡oye, qué fuerza tienen! ¡Lo pude sentir muy claro! —exclamó lleno de felicidad.Los párpados de Julieta se cerraron, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, como si una paz descono